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    Sergio González Levet

    Sin tacto

    En su infaltable noticiero diario del Canal 2, Jacobo Zabludowsky tenía como costumbre recibir llamadas del público y ponerlas al aire en directo. Cierta noche, uno de sus interlocutores le hizo una consideración:

    ​—Licenciado, soy seguidor suyo todos los días y me he dado cuenta de una cosa. Y es que usted es muy amable en recibir telefonemas del auditorio, pero resulta que a todos los que le llaman y le comentan lo que sea, usted siempre les da la razón…

    ​El ilustre periodista, dueño de una mente lúcida y rápida, no pensó mucho la respuesta, y le contestó a bote pronto:

    ​—Fíjese usted, amigo, ¡que tiene razón!

    ​Don Jacobo, que era una persona muy inteligente, no tenía problema alguno con darle la razón a quien la tuviera, y menos en admitir que había cometido algún error. Por ejemplo, un 21 de marzo dijo al aire que ese día empezaba la primavera en todo el planeta y no faltó quien le hiciera ver que en la parte sur del mundo las estaciones se presentan en fechas diferentes, lo que de inmediato reconoció al aire.

    ​En los mexicanos de este tiempo hay una especie de obsesión en nunca reconocer que se está equivocado. No sé si sea un problema educacional, familiar, emocional o sicológico, pero pareciera que toda nuestra vida y nuestro desarrollo profesional se funda en siempre tener la razón.

    ​Tener siempre la razón…

    ​Muchos piensan que es una sensación provechosa y halagadora, pero no hay nada más equivocado. Es ni más ni menos que el camino más seguro para dejar de aprender, de mejorar, de avanzar. Si creemos que lo que sabemos y opinamos siempre es lo correcto, persistiremos para la eternidad en nuestros errores.

    ​Además, en verdad que es un sentimiento sumamente grato entender que otra persona nos está enseñando algo diferente a lo que hacemos o sabemos, y que muchas veces eso es mejor.

    ​Decir, como Jacobo Zabludowsky, “Tiene usted razón”, nos libera de la tremenda pérdida de energía que implica querer ganar todas las discusiones.

    ​La vida no es de discutir, sino de dialogar. El que discute, pelea con el otro para imponer su punto de vista, que puede ser totalmente erróneo; el que dialoga, confronta sus ideas con una mente distinta y llega con ella a conclusiones realmente satisfactorias.

    ​Qué buen deseo para este año que comienza que el Presidente de la República entendiera que las Mañaneras y sus otras tribunas pueden ser el lugar en el que se diriman las mejores razones para el bien de México y no un campo de batalla contra enemigos imaginarios a los que se llama tan falsa como innecesariamente neoliberales, fifís, conservadores, adversarios, oligarcas, chayoteros, corruptos.

    ​Todos somos mexicanos y todos vamos en el mismo barco. ¿Verdad que tengo razón?

    sglevet@gmail.com