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    Salvador Muñoz
    Chavacanadas

    El grito de un hombre, cerca del mediodía el sábado de fin de año, me alertó. Agucé mis oídos y entonces entendí claramente lo que gritaba: “Isabela, hija, te quiero!”
    El hombre que inició su pregonar frente al lugar donde vivo, siguió su recorrido por todo el perímetro del edificio. Luego, caminó entre otros edificios pero su clamor no cesaba, no disminuía ni tantito… “Isabela, hija, te quiero!”


    El hombre, medio corpulento, de fácil 1.75 de estatura, pantalón de mezclilla y camisa de manga larga, se perdió entre los edificios y su voz se fue apagando, mientras las conjeturas entre la Mujer y yo crecían… no pasó ni media hora, cuando el grito se oyó de nuevo bajo nuestras ventanas… nos quedaba claro que el hombre buscaba a una niña y la única referencia que tenía era que vivía en Jardines de Xalapa… al menos del lado del parque hay doce módulos y cada uno de ellos mínimo tiene 5 edificios con 10 departamentos… ¡haga números! Esto, sin contar los siete módulos al otro lado de la avenida Arróniz…
    La primera pregunta vaga, banal, burda que vino a mi mente fue si este hombre fue capaz de recorrer los 60 edificios aproximados que hay llevando su pregón…
    La segunda, más que pregunta, era un deseo… ojalá haya encontrado a Isabela…
    II
    Mientras esperamos a la Mujer y la cuñada, Santiago y yo nos sentamos en la base del pasamanos cercano a una tienda de ropa en Plaza Américas. Entonces, un pequeño entre 7 y 9 años de edad, se planta frente a mí. Por estar casi en cuclillas, puedo distinguir sus tenis de botín; su pantalón corto y una sudadera. Me lanza una pregunta mientras extendía con sus brazos, el mazo de naipes que sostenía en las manos: “¿Le puedo hacer un truco?”
    Mi respuesta fue inmediata mientras veía entusiasmado a Santiago que sólo abría los ojos como preguntando de qué iba este niño con sus barajas.
    Me dio a escoger una baraja. La vi, se la mostré a Santiago: Dos de Picas.
    Una vez que la vi, me pidió que la metiera entre el mazo partido. Dudando, sacando mi lado incrédulo, le pregunté si su conjunto de naipes tenían sólo una baraja. Todo un maestro de la ceremonia mágica, el niño me abrió las barajas para que las viera… ¡no había lugar a un truco barato!
    Me pidió partir el mazo una y otra ocasión y empezó a barajar… sacó una y otra baraja hasta que triunfante, me dijo: ¿es ésta su carta? Mientras la volteaba: ¡Oooh, no es! Le dije. Abrió sus ojos y entonces tomó la siguiente y la volteó: ¡Ésa es! le dije mientras veía mi Dos de Picas… “¿Qué pasó?” le pregunté y me respondió: “Quizás el corte”, me respondió. Le pedí que lo intentara de nuevo, pero me hizo la propuesta de hacerme un truco diferente.
    Barajeó los naipes y me pidió sacar una baraja. La saqué y me pidió que la metiera entre el mazo. Partió una, y dejó a un lado parte de las barajas. Partió dos, y dejó a un lado otro tanto de naipes. Una tercera partida y tomó cuatro o cinco barajas… me pidió que cerrara mi puño y entre los dedos las metió… hizo un movimiento con su mano y golpeó las barajas sostenidas entre mis dedos y cayeron, menos una; cuando la vi, era mi baraja. Le aplaudí. Le pregunté si le debía algo mientras me llevaba la mano a la cartera. Me respondió que no, que sólo quería hacerme un truco de cartas. Le pregunté con quién venía y me dijo que con su madre, señalándome a una tienda de lentes. Me dio las gracias y se retiró… creo que estaba tan emocionado el niño que ni siquiera se dio cuenta que la baraja que saqué de nuevo era un Dos de Picas… ¿o sí tenía truco su truco?