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    Uriel Flores Aguayo

    El Presidente AMLO no proviene de las filas comunistas ni de las izquierdas históricas, más bien su origen ideológico y político es el PRI, después el PRD y , ahora , Morena. Su identidad tendría que ver con el nacionalismo revolucionario, la doctrina surgida de la revolución mexicana de 1910 y plasmada en la Constitución de 1917.

    En el PRD completó su formación ideológica. Después se convirtió en el teórico e ideólogo de Morena. Entre él y un pequeño grupo de escritores, periodistas y moneros elaboraron las tesis y la narrativa de lo que llaman cuarta transformación. AMLO nunca fue propiamente de izquierda, eso explica su incomprensión y rechazo a los movimientos, minorías y organizaciones sociales. Vemos su curiosa aproximación a dictaduras y gobiernos autoritarios. Es generoso en exceso con el gobierno cubano, respaldándolo políticamente y llenándolo de dinero; es omiso con las represiones en Nicaragua y Venezuela, y ambiguo con la guerra de Rusia contra Ucrania. Esa cercanía y convivencia con autócratas seudo revolucionarios parece un pretexto para crearse una imagen y un personaje; esto es, ser considerado el hermano mayor del bloque anti Estados Unidos y pro Ruso, y ganar una identidad determinada inventando causas y colores. Es un invento , no hay historia al respecto. Dado lo frágil y hueco del discurso morenista, lleno de consignas y ocurrencias, necesitan justificaciones mayores apelando a imaginarios procesos revolucionarios de sus hermanos en el poder en esos países, entre otros. Los caudillos y redentores extranjeros les dan cobertura, se comunican y presentan como un mismo movimiento, supuestamente de salvadores del pueblo. Es tal la orfandad ideológica de Morena que difícilmente la mayoría de sus bases y dirigentes pueden definir lo que significa su cuarta transformación. Sus ideas son en realidad propaganda y ocurrencias, son envoltorio ocurrente y demagógico de su pragmatismo y ejercicio tradicional del poder. Para gobernar sin límites les estorban los contrapesos, su autoritarismo es repelente a la democracia; es más, niegan la verdad y su realidad se construye con actos de fe. Conciben el país de un solo hombre, todo lo que hacen gira en torno al líder, a pulir su carisma e incrementar su popularidad. Eso y mantenerse en el poder. Sin respeto a las leyes, abusando del poder y con descuido grotesco de elementales formas de convivencia, ahora son la nueva clase política que actúa mafiosa mente y defiende sus intereses. Son los nuevos conservadores y reaccionarios. Poco tienen que ver con las izquierdas democráticas; son un culto al Presidente y practicantes de la vieja política, la de siempre. Es un error brutal llamarlos comunistas, eso confunde comprensión y diálogo. El comunismo nunca existió, ni el socialismo; con la caída del muro de Berlín en 1989 se desplomó el bloque sovietico. Lo que queda son dictaduras o gobiernos autoritarios; quedan autócratas vulgares y represores. Son el embudo que impide desarrollo social, económico y político en sus sociedades. El problema de la creación de ciertos personajes es que se la creen, se multiplican y llegan a sentirse indispensables, tanto que solo sueltan el poder con los tenis por delante. Es algo patético ver como se repite la historia de epopeyas de humo y redentores de huarache.
    Recadito: gran atentado y relajito armó el lunático de Marx Arriaga, con los libros de texto.