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    Uriel Flores Aguayo

    La inminente entrega de los libros de texto “ gratuitos” despertó uno de los debates más extensos y apasionados que hayamos visto en nuestro país. Es lógico que sea así pues forma parte esencial de la educación de nuestras niñez y juventud. La discusión se volvió periférica y manipuladora, dejando de lado, por ahora, sus aspectos principales.

    Para el gobierno, en su esquema simulador, las críticas vienen de la derecha y los conservadores. Es típico que se inventen un adversario a modo para ocuparlo de piñata. La reacción desproporcionada de TV Azteca, con la bandera del inexistente comunismo, parece una coartada a favor del poder para eludir lo central tanto de los libros como de los planes y programas; expresiones como la del presidente del PAN son oxígeno para la demagogia del poder. Los libros mal llamados gratuitos son la cereza de un pastel que viene de muy lejos. De los presidentes de México, abundantes en abusos y ocurrencias en el manejo educativo, el peor fue Felipe Calderón, quien le entregó la SEP a Elba Esther Gordillo por razones políticas. La reforma de Peña Nieto, introdujo con fuerza la evaluación educativa y le quitó poder al SNTE. La desaparición de herencias y ventas de plazas, un anacronismo, despertó una masiva protesta magisterial. En esa ola se montó AMLO para ganar simpatías; es decir, su interés fue político y de poder. Al llegar a la Presidencia impulsó otra reforma, operada por Esteban Moctezuma( TV Azteca). Se trató de un proceso de simulación. Atenuó las evaluaciones y devolvió relativo poder al SNTE. Los contenidos educativos se dejaron para después. Con esa reforma pagó votos, en una acción política y de poder. Una vez publicada la parte de los nuevos planes y programas sólo les faltaban los libros de texto para completar lo que llaman nueva escuela mexicana. Esos libros no deberían llamarse gratuitos, ese título correspondía a contextos de los años sesenta del siglo pasado; se les podría llamar oficiales o públicos, por ejemplo. Los LTG se hicieron sin consultas y apego a la ley; algo esconden cuando reservan por cinco años las actas de los trabajos y nombres de sus autores. Estamos ante un proyecto de cambios profundos a lo que hemos conocido como modelos y sistema de enseñanza en México. El problema es que no se consultó con nadie, no se convocó al magisterio, a los expertos, a los sectores sociales involucrados y al resto de autoridades. Es un incierto y peligroso experimento sin visión de Estado y la participación de los especialistas. Se omiten y ofenden a los pedagogos y maestros mexicanos. Se invisiblizan a las escuelas Normales, Academias y Facultades de Pedagogía. De personas de bajo perfil, algunos lunáticos y oportunistas, vienen libros de texto con invitación al caos. En esencia el cambio consiste en eliminar las materias en específico para abrir campos de conocimiento donde se trabajará por proyectos; además, el centro de la educación será la comunidad. Parten de su rechazo a lo universal y lo nacional. En mucho estamos ante verdaderas ocurrencias y posiciones ideológica s de los años setenta del siglo pasado. Se trata de borrar el pasado y hacer algo diferente, lo que sea. Estamos ante una obra que cuida el legado de AMLO, independientemente de que funcione o no su reforma. En educación aplica el mismo espíritu destructor empleado para la salud, la seguridad, etc.. Siendo seguro el fracaso de este modelo fantasioso, vendrán otras reformas en unos dos años con o sin alternancia presidencial, pero con una diferente correlación en las cámaras de Senadores y Diputados.
    Recadito: ya no es el comunismo, ahora los lunáticos recorren el mundo.