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    Julio Vallejo
    La línea delgada entre mi opinión y la tuya

    Un par de días después de salir de vacaciones, pensaba asolearme en unas playas con aguas azul turquesa. Ya me veía en la sombra de esas majestuosas palmeras que atestiguarían verme tomar un mojito que calmaría la sed y empezar así a disfrutar de los hermosos días que te regala la vida. Todo esto para olvidar algunos recuerdos amargos de hace tres años: la muerte de mi madre.

    A plenas cuatro y media de la madrugada se escucha entre mis sueños un par de cánticos y algunos lamentos.

    La habitación rápidamente se llenó del olor de aquellas flores que suelen llevarles a los muertos. Me invadieron los recuerdos; agarré mi almohada y la apreté tan fuerte que logré sacarle un par de lágrimas, esto sin tomarle importancia a lo que mis oídos seguían escuchando del exterior.

    De pronto cayó una rápida tormenta de recuerdos crudos y fríos como el agua que sale de las montañas de los Alpes suizos. Mientras habitaba en un lugar de contemplación, todo esto se había transformado en algo muy aterrador.

    A la mañana siguiente, cuando el sol radiante invadía mi ventana, cual sería mi asombro al notar que la casa de enfrente estaban de luto. Se murió una vecina de quien yo fui su chambelán cuando cumplió quince años.

    Sin duda me había embarcado en un tour de la tristeza donde solo los recuerdos me venían como flashazos de aquella fiesta. Uno de los que más recuerdo es cuando  veníamos saliendo de la iglesia y por no tomarla de la mano se rodó por las escaleras. Sé que no fue mi culpa, ni tampoco tendría que flagelarme toda la fiesta pensando en eso. ¡Qué ironía de la vida! Así me pasa cuando recuerdo por las noches que pude haber hecho más por mi madre y haber evitado su deceso.

    ¿Somos afortunados en medio de una enorme desgracia? ¿Somos personas aferrándonos a la vida sin importarnos como la vivimos?. Cada que acudo a un velorio siempre es lo mismo: veo llorarle a los difuntos, nos lamentamos el que hayan partido.

    Cuando las personas están con vida jamás nos tomamos el tiempo para pedirles perdón o simplemente para decirles que los amamos Por lo general no le tomamos importancia a esos momentos. Esos segundos que pudieran ser de suma importancia, esos segundos que quisieras aprovechar para decir muchas cosas a la gente que ya partió.

    Y como dice la expresión ya muy trillada: ¡ya para qué, si ya no te escucha!

    Por eso hay que estar contento todos los días y cada segundo de nuestras vidas, sin importar absolutamente nada de lo que acontezca… hasta que llegue ese día de vestir de negro a la familia, porque la vida sigue y debemos buscar las alegrías y dejar de pelear por frivolidades innecesarias.

    Porque nunca sabemos en qué momento, ni en que instante dejaremos de vivir. Por eso vive intensamente y comparte con tus seres queridos las cosas necesarias pero sobre todo el tiempo, para cuando llegue ese día te des cuenta que sí aprovechaste cada segundo de tú día.

    También aleja y deja la ira de tu interior, como cosas del pasado, en un mundo donde lo importante es vivir por ti y para ti, sin importar cuando se te llegue el día asombroso y doloroso de vacacionar por el universo que extendió sus alas para ti.