Destacado

    Felipe de Jesús Fernández Basilio

    Desde a Janela

    “Ya solo restan ocho meses y doce días para que se vaya a … su rancho”

    Una de las palabras que más se usan, y por lo tantomás se escuchan, en México es la palabra corrupción y tan es así que les puedo asegurar que todos recordamos haberla escuchado desde la infancia tanto en cuestiones cotidianas como en los medios de comunicación.

    Siendo un vocablo tan arraigado para nosotros como lo son la Virgen de Guadalupe, el petróleo o el maíz y esto se debe a que, efectivamente, estamos tan infestados por ella que vemos normal incurrir en actos de corrupción.

    Ya que es “normal” dar un soborno o, si se está del otro lado del mostrador, exigir y/o recibirlo; así mismo es “normal” escuchar que tal o cual político se ha beneficiado de su paso por determinados cargos de elección o de designación (incluso los hay que han pasado por unos cuantos cargos y no se les conoce alguna actividad diversa que sea económicamente productiva y tienen su vida resuelta) y como consecuencia de ello, es perfectamente comprensible que muchos aspiren a entrar a la política con la única finalidad del lucro ilícito.

    Y esto último está tan arraigado que con tal de obtener un cargo desde el que medrar, algunas personas son capaces de sobajarse y de comprometer su dignidad hasta la ignominia con tal de acomodarse en el presupuesto.

    Pero ¿Cuál es la causa de tener tan arraigados estos pensamientos?

    Bien se puede decir que el arraigo de la corrupción en México es cultural achacando a los padres la corrupción de sus hijos, que es histórico con la teoría marcadamente antiespañola de que la mal llamada colonia fue un nido de corruptos o que es por falta de educación debido a que en la escuela nunca se puso énfasis en lo nociva que es la mentada corrupción.

    Y sí, puede que esos factores y otros que no mencioné contribuyan a esa cultura de corrupción, más lo que verdaderamente la genera es el que en este país se puede incurrir en un acto de corrupción o ser un corrupto consuetudinario y no hay ninguna consecuencia que sea relevante.

    En otras palabras, puede uno andar por la vida revolcado en el fango y no va a pasar nada, más que si acaso un escarnio temporal cuyo remedio es el olvido.

    Seamos sinceros, corrupción hay en todo el mundo y como reza el refrán: “en todos lados se cuecen habas” y eso hasta cierto punto es natural, la tentación y el caer en ella es algo humano; lo que hace diferentes a otros países, generalmente los más desarrollados, son las consecuencias que enfrentan quienes son pillados incurriendo en un acto de corrupción.

    Y es que en esos países la represión al corrupto es jurídica y política, habiendo casos en los que se destruyen para siempre carreras políticas e incluso quién es culpable de corrupción termina encarcelado.

    Más en México, la cosa es totalmente diferente y miren que se han creado sistemas anticorrupción, se cuenta con una legislación que en teoría es implacable en contra del corrupto, existen órganos de vigilancia tanto internos como externos en las dependencias públicas.

    Pero saben qué, nada de eso funciona realmente porque cada gobierno que entra se asegura de inutilizarlos colocando a personas que llegan a lo descrito al principio y que, por consecuencia, se dedican a hacer de cuenta que trabajan sin molestar a nadie a cambio de recibir una parte del botín o de simplemente cobrar sus jugosos emolumentos y agradecer a quien los puso ahí.

    Por ello es que en México la única sanción efectiva que hay en contra del que ha sido descubierto incurriendo en actos de corrupción es el escarnio público y el remedio que tienen los pillos frente a él es el silencio temporal y el olvido para posteriormente volver como si nada hubiera pasado.

    El ejemplo más claro de lo mencionado es López Obrador, quien hace 20 años se encontró en el ojo del huracán cuando sus más cercanos colaboradores fueron exhibidos recibiendo dinero o gastándole a manos llenas en el casino y ¿Qué fue lo que sucedió?

    Casi nada, probablemente esos sucesos influyeron en que perdiera la elección de 2006, sus colaboradores recibieron alguna pequeña sanción más siguieron y siguen vigentes como Bejarano a través de su esposa Padierna y el propio López se esperó un tiempo, eso sí, sin reconocer su responsabilidad y al cabo de unos años se vendió como el paladín número uno de la lucha en contra de la corrupción y ganó la presidencia para exactamente repetir los mismos actos de corrupción en los que incurrieron él y su círculo cercano cuando pasaron por la jefatura de gobierno de la Ciudad de México.

    Aquí perfectamente nos damos cuenta que hubo escarnio público y que también hubo olvido, y ese olvido permitió que este personaje siguiera vigente y luego retornara diciendo que iba a hacer lo contrario a lo que realmente es y tan es así que ahora se va descubriendo que su corrupción y falta de vergüenza es a una escala mucho mayor, incluso mezclando al crimen organizado; de hecho, el verdadero segundo piso de la transformación lo estamos viviendo ahora y, de verdad, no quisiera descubrir el tercero que es el que realmente representa Sheinbaum.

    López Obrador es el caso que, por mucho, representa a la corrupción a nivel gubernamental y también lo hace con el cinismo y la impunidad, ya que socarronamente dice que “es diferente” y se ha asegurado de que ninguna autoridad investigue nada.

    Pero lo mismo vemos en los estados y en los partidos políticos, ya que a pesar de que Marko Cortés se auto exhibió en un reparto indebido de cargos públicos no electorales, el silencio derivado de lamusties característica de los panistas lo está cobijando hasta que pase el vendaval y en unos meses tranquilamente asuma su escaño en el senado.

    Así es, la corrupción es como una enfermedad, si no se trata con la seriedad que se debe, en lugar de contenerse se expande y el problema de la mexicana es que no hay consecuencias serias para quien es descubierto incurriendo en ella.

    felfebas@gmail.com

    Twitter: @FelipeFBasilio