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    Julio Vallejo
    La delgada línea entre mi opinión y la tuya

    ¿Alguna vez te has imaginado escuchar a dos alienígenas decir en un futuro no muy lejano: a los hombres nunca les gustó tanto estar en medio de la naturaleza?

    O en su caso imaginarte escuchar las palabras del poeta y escritor Jules Renard: “Dios no falló con la naturaleza, sino con el hombre.”

    El futuro y el pasado nos hacen ver nuestro presente.
    Hace un par de días, se llevó acabo el Día Internacional de la Tierra, sin duda, un cuerpo descarnado por remordimientos tardíos por las heridas del arado y la industrialización, entre otras acciones, donde en la lógica del capitalismo un árbol solo tiene valor muerto.

    El planeta se ha convertido en un magnífico capital humano cuyos recursos deben ser conquistados y luego explotados a fin de convertirlos en bienestar común, sin importar lo grave que pudiera ser para las futuras generaciones.

    Qué ironía de la vida. Lo que un día empezó para los seres humanos como una hermosa llama que quitaba el frío ahora hay que expresarle a la tierra cómo apagarla por el mismo calentamiento global y decirle que no fue nuestra intención dominarla ni destruirla.

    El mundo ha perdido en los últimos 50 años el 65 por ciento de toda su biodiversidad a nivel mundial. No son solo cifras, sino una realidad que nos debería de preocupar. La madre tierra, sin afán de romantizar, claramente nos pide y nos aclama que actuemos urgentemente ante los crímenes que perturban la biodiversidad.

    Hay que sensibilizarnos, unirnos como población y cumplir el compromiso y trabajo en conjunto para salvar la pachamama.

    Hace falta conciencia, estrategias eficaces para la restauración de los diferentes ecosistemas, acciones orientadas a la restauración de los ambientes y trabajar por su sostenibilidad desde nuestras respectivas áreas.

    Si recordar es vivir, acuérdate bien que hace un par de años atrás con la pandemia vivimos algo de reflexión, algo que si bien para el ser humano fue catastrófico para ella fue un respiro.

    ¿Esa la solución? es decir, ¿la extinción del hombre en la tierra para que ella siga latiendo?

    Al final de todo nosotros mismos tenemos la solución. Por primera vez no dejemos que ella inhale aire fresco y de un soplido apague nuestras velas pidiendo un deseo o peor aún un que por medio de un eructo nos pegue una cachetada recordándonos que nos alimenta, que es nuestro hogar y nos sostiene y reproduce a todos los seres vivos.