Destacado

    Julio Vallejo
    La delgada línea entre mi opinión y la tuya

    Desde el momento que una señora recibe la invitación para el festejo del Día de las Madres, empieza a hacer planes de qué vestuario se pondrá para ese gran día que la hace recordar el dolor de parto, el corte del cordón umbilical y hasta la mentada de madre por cada patada que le propinaba el bebé cuando estaba en su vientre. Sin duda, un recuerdo rápido para una gestación de nueve meses más lo que conlleva la crianza. ¿Al final todo eso valdrá la pena?

    Es la mañana del 10 de mayo. Lista para el festejo, la mujer se pone las flores recibidas por su hijo en su atuendo, donde la seda se convierte en un hermoso jardín de azaleas y un par de zapatillas rojas que le darán la estatura adecuada para ese magnífico día. Cada una de las madres reflejará la felicidad por ser madre, por dar a luz y porque al final del día ese es el único momento para ellas y porque tendrán un premio juntas por ser ¡mamás!

    Se empiezan a entrelazar los perfumes de las féminas hasta dejar un solo aroma, el aroma de mujer, una mujer que ha sido esclavizada por un hijo o una hija que le quitó tal vez su adolescencia, su tiempo de estudiar, su momento de realizar sus proyectos y sus metas personales o hasta su postura de no querer ser madre o, peor aún, su valioso tiempo.

    Ricos bocadillos y un magnífico desayuno que deja sabor a café impregnado en los blancos y finos dientes de cada una de ellas, quienes con poco o mucho bilé adornan frases trilladas: “soy capaz de morir por mis hijos” cuando en realidad deberían vivir por ellos. La realidad es que vivir por ellos implica coraje, fuerza interior y dejar a un lado las vergüenzas y frustraciones internas.

    El momento ha llegado. La premiación y los regalos no se harán esperar más. Las autoridades de aquel trabajo dan un discurso de apoyo a las mamás, aquellas que han demostrado que a pesar de cuidar y mantener a sus hijos en casa, todavía tienen que venir a cumplir su jornada laboral y es por eso que les premian con fabulosos regalos. Los aplausos llegan al saber que el premio mayor es una lavadora, el segundo una batidora y el tercero -sin ser el menos importante- una hermosa plancha de vapor que les quitará las arrugas de cada pantalón para el niño o el esposo.

    Al término del festejo, cada madre se regresa a su hogar, ya sea feliz por el premio o simplemente porque vio por primera vez al jefe sonreírle fuera de la oficina. Al final del día, el maquillaje se quita dejando un rostro triste como la obscura noche del día siguiente.

    PD. Muchas felicidades mamá. Sólo tú sabes cuánto te echo de menos en este día.