Bernardo Gutiérrez Parra
Desde el Café
Ojo lector. A Rocío Nahle nadie la está rechazando por ser zacatecana. De haber sido así jamás se hubiera desarrollado en esta su tierra de adopción como profesionista, esposa, madre y política. Tampoco hubiera sido legisladora federal, ni titular de la Secretaría de Energía y menos responsable de construir una refinería en Dos Bocas que está sirviendo para puras vergüenzas.
En ese sentido su crecimiento como ser humano se lo debe a Veracruz.
Tampoco se le rechaza por ser mujer. Por Dios. Este argumento propagado por la cúpula de Morena donde la misoginia está a todo lo que da, ni se discute porque es una falacia.
El rechazo nada tiene que ver con el desdén que tuvo por los veracruzanos a los que siempre miró hacia abajo cuando fue legisladora. Ni con que López Obrador la haya impuesto como candidata por encima de 3 millones 500 mil veracruzanas de valía. “Es que Rocío es muy trabajadora y muy capaz” ha justificado el tabasqueño, cuando esas virtudes y más las tienen las veracruzanas.
En síntesis, nadie la está objetando por su ascendencia, ni por su género, ni por su menosprecio por la raza jarocha, ni porque un sujeto autoritario la quiera hacer gobernadora de un estado que desconoce casi por completo.
Nada de eso; los veracruzanos la están rechazando por corrupta.
El primer brinco que dieron fue cuando se enteraron que la refinería de Dos Bocas es un pozo de corrupción en el que participaron sus amigos, parientes y compadres a los que sacó de la pobreza para convertirlos en multimillonarios.
Luego brincaron más cuando supieron que su cuantiosa fortuna en propiedades la acumuló en apenas seis años. Lo que la convirtió, casi de golpe y porrazo, en símbolo nacional de la corrupción.
Y es que 100 millones de pesos en un sexenio, sólo los grandes empresarios (o los narcos, o los ladrones, o los corruptos) se los echan a la bolsa. Nunca un político o política con un sueldo de secretario de gabinete.
Con todo esto en contra Rocío Nahle no ha hecho nada para revertir con pruebas los señalamientos por enriquecimiento inexplicable. Lo que sí ha hecho es tirarse al suelo para victimizarse: “Me atacan por ser mujer… he tenido que aguantar a una horda de machos… no tengo la culpa de haber nacido en Zacatecas…”, dice una y otra vez con gesto casi lastimero.
Y ese es el único argumento que presenta a la ciudadanía que quiere gobernar en un desesperado intento por tratar de ocultar sus mansiones, terrenos, los millonarios contratos a su yerno y las Suburbans con las que recorre la entidad.
¿Por amor a Veracruz? Vaya con la ácida broma.
Pero hay quienes la apuntalan.
“Ha habido una campaña de lodo contra una persona (Rocío Nahle), toda una guerra sucia promovida por finísimas personas cuyo apellido me reservo. Nada más quiero decir que esa persona a la que se le está acusando injustamente de actos deshonestos es una mujer, una persona íntegra”, mencionó hace unos días el presidente López Obrador que más que en defensor, se está convirtiendo en cómplice de una presunta corrupta a la que se le está yendo la gubernatura.
Pero si en efecto es honrada qué bueno. Bienvenida Rocío como candidata virtuosa e impoluta.
Lo único que piden los veracruzanos es que dé pruebas de esa integridad y honestidad porque están hasta el gorro de políticos bandidos falaces y corruptos.
“Queremos que nos convenza de su honradez y probidad, no sólo para llevarla a la gubernatura, sino para presumirla. Porque una política de ese calibre sería para presumir”, me dijo no hace mucho un connotado veracruzano.
Sólo que mientras esto no suceda, Rocío Nahle se está haciendo de una fama nada envidiable ya está pasando a la historia como la primera política corrupta de Veracruz… nacida en Zacatecas.
Y no creo que semejante título le guste para nada a la señora.
bernardogup@hotmail.com