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    Sergio González Levet

    Sin tacto

    De alguna manera me considero un hombre muy afortunado porque tengo un amigo… bueno, en realidad tengo varios, aunque haya algunos que no lo crean, pero para el caso quiero decir que tengo un amigo que es meteorólogo, y de los buenos.

         De los buenos… hace muchos años, cuando él era un estudiante de la Facultad de Ciencias Atmosféricas de nuestra querida UV y yo flamante egresado de la de Letras, quedamos para desayunar un día.

         Llegué un poco antes al restaurante en una mañana tan gloriosa como atípica para Xalapa en esas épocas, porque estaba llena de sol. Adalberto, que es su nombre, llegó cargando una gabardina en el brazo. Se acercó a la mesa, se quedó parado un momento y me dijo, volteando a ver al incómodo abrigo:

         —Me vi mal, ¿verdad?

         Lo cierto es que por la tarde de aquel día llovió, y así nuestro meteorólogo hizo honor a su conocimiento, que ha incrementado fehacientemente con el paso de sus fructíferos años.

         Así que tener a la mano un meteorólogo siempre es bueno, y más en estos tiempos de cambio climático y de tiempos atmosféricos cambiantes. Aproveché pues mi beneficiante relación, y le mandé por la vía del WhatsApp:

         “Hola Adalberto, buenos días, le pregunto al meteorólogo más que al amigo: con una temperatura inédita en Xalapa de hasta 36 grados Celsius, ¿podemos pensar que se va a acabar el mundo y moriremos achicharrados?”

         Vean la respuesta que recibí:

         “Te contesto de botepronto.

         “No tanto, pero sí se deben estar incrementando los decesos por deshidratación en infantes y por problemas circulatorios en ancianos.

         “Sobre estos últimos, el peor efecto es el nocturno, más todavía si duermen en sitios donde no se disipa el calor que se almacenó durante el día, o hacinados en habitaciones pequeñas, de modo que al interior de la habitación no baja la temperatura de 28 o 30 °C, aunque la reportada en el exterior por los servicios meteorológicos sea de menos de 20 °C por las noches.

         “Si a eso le agregas la falta de agua potable, se incrementan los padecimientos gastrointestinales por falta de higiene. Y la sequía, no de inmediato, pero algunos efectos tendrá en la disponibilidad o precios de los alimentos básicos.

         “En suma, esta ola de calor se pasará en una semana o algo así y hacia fines de mes casi estará olvidada, pero vendrá otra u otras en julio o en agosto, y sucederá lo mismo, de modo que para septiembre estaremos más preocupados por los aguaceros (al menos en nuestra región).

         “Pero los efectos tendrán una repercusión mayor en la población más vulnerable (por pobreza, edad avanzada o tierna, padecimientos crónicos, principalmente), y todo apunta que éste será el patrón que veremos año con año, unos más otros menos.

         “Algo que omití al principio, es que las temperaturas altas durante el día son, desde luego, muy dañinas para quienes realizan trabajos pesados al exterior (albañiles, comerciantes ambulantes, estibadores, por ejemplo), pero también para trabajadores en interiores muy cálidos, aunque estén a la sombra, en oficinas o almacenes o salones de clases sin ventilación adecuada. La solución inmediata son los ventiladores, o los sistemas de aire acondicionado, pero estos últimos por varios mecanismos ayudan a incrementar las temperaturas de los exteriores.

         “La solución de más fondo, una mejor planeación urbana y mejor diseño arquitectónico, desde luego lleva tiempo.”

         Entonces, vámonos preparando para el infierno que viene.

    sglevet@gmail.com