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    Julio Vallejo
    La delgada línea entre mi opinión y la tuya

    No todos somos productos del amor, sino de dos seres que dejan su individualidad por una unidad. El amor y las relaciones sexuales existen desde hace miles de millones de años, con la aparición de los primeros seres vivos. Esto me remonta a reflexionar lo que la religión católica manifiesta en el Génesis, sobre el inmenso amor de Dios para crear a Adán y Eva y habitar el paraíso; así como, el discurso moral y sexual que se construyó por comer el fruto prohibido, que más tarde dio al nacimiento de Caín, Abel, Set, Azura y Awan.

    Mientras el tiempo no se detiene, el ser humano cada día se va haciendo menos ingenuo cuando se habla de sexualidad, ya no anda por los cielos como la cigüeña que recorre kilómetros de distancia, para entregar a los bebés desde parís. Las frases como “no se masturben porque les saldrán pelos en las manos”, “sacudirla más de dos veces es masturbación”, “vino Andrés el de cada mes” y “Juana la colorada”, poco a poco se van quedando atrás.

    Asimismo, el mito respecto al aleteo de mariposas en el estómago y la “primera vez”, alude a la experiencia de la que formamos parte cuando nos encontramos en enamoramiento y se expone a una sensación inusual. Un vínculo que se establece de manera espontánea y crea un ambiente placentero; tal cual una oruga con su flor, en un hermoso jardín de verano.

    Las relaciones sentimentales, son como una danza en la que la estabilidad y la capacidad de transformación están presentes, pero que dependen de sus protagonistas. Apreciar cada centímetro de la pareja, permite ver la luz del sol sobre su piel, adentrarte en su mirada angelical para transportarte a un viaje al olimpo, en donde un cóctel de hormonas maravillosas te incitan a tomar una postura seductora y por fin caer en el pecado original.

    Sabemos que toda relación sentimental pasa por acomodaciones y reformulaciones a partir de ciertas situaciones que la disponen en crisis y que la vulnerabilizan, desestructuran y obligan a restituir el equilibrio perdido.

    Actualmente, el individuo al no poder establecer relaciones sentimentales duraderas y que guarden ese equilibrio, ha fomentado el creciente problema de la soledad, aislamiento social o incluso el desarrollo de instrumentos que sustituyan a una pareja. Es en este último aspecto, donde la tecnología e inteligencia artificial han jugado un papel crucial en el desarrollo del individuo, al grado de crear robots que imitan el comportamiento humano; ejemplo de ello es Shopia, la primer robot que imita a la perfección nuestros gestos y que su algoritmo aprende a copiar nuestras emociones más complejas, creada originalmente para atender a personas mayores en tareas domésticas, pero que por su apariencia física, se considera el futuro para resolver la problemática de la soledad y sexualidad.

    Mientras los humanos aun no procesamos las relaciones de diversidad sexual consideradas en gran parte del mundo como, ilegales, los robots están cada día más cerca de tu piel; imagínate un robot susurrarte en el oído en pleno acto sexual ¡quiero entender más acerca de la felicidad! o peor aun cuando termines de regar tus fluidos por sus partes íntimas de piel de silicón, te exprese, ¡fue un placer conocerte!… sin haber tenido una conexión emocional con ella.