Uriel Flores Aguayo
Asesinaron al jefe de inteligencia de la policía de la Ciudad de México, en una demostración de poderío de los grupos criminales, a la vez que debilidad del brazo policial de las autoridades locales. Es impactante que ocurra algo así, tan fácil para sus autores, con tanta indefensión y descuidos de los jefes de la policía. Es una obviedad decir que si muere de tal manera un especialista en inteligencia, qué puede pasar con los ciudadanos de a pie. Este es un caso especial y relevante por la jerarquía del victimado, pero el asesinato de policías es extendido en todo nuestro país; se ha vuelto un método terrible para ajustar cuentas o sacarlos de en medio. Es nota constante. Mueren abandonados por los gobernantes a quienes sirven. Se han normalizado sus caídas mortales. La misma sociedad no es tan consciente del significado de estas bajas en los cuerpos de policía. El poder de fuego de las mafias amedrenta y alinea a los elementos de seguridad que quedan prácticamente indefensos. En esas condiciones es poco atractiva la carrera de policía. Sin seguridad profesional y estrictamente respetuosa de los derechos humanos la sociedad queda expuesta a la delincuencia y a los abusos. Ese es el problema.
Por otro lado están los excesos y represiones de las policías, federales, estatales y municipales. Es desagradable saber que la guardia nacional balaceó a personas o que la policía de Veracruz asesinó a campesinos y disparó a jóvenes. Tan solo en lugares como Xalapa es público, a la luz del día, la extorsión policial a la ciudadanía. Pareciera que las fuerzas de la policía se mueven sin control y mando gubernamental. Intimidan a la gente, no se les ve como servidores públicos. Su actitud es despótica casi como norma. No dialogan ni asisten a la ciudadanía. Hay casos extremos en los que usan sus armas sin ninguna justificación y poniendo en riesgo la vida de la gente. Son autoridades que no rinden cuentas, ni informan. Es prácticamente imposible quejarse de su mal comportamiento. No son fuerzas transparentes y abiertas a la población.
En general, si las policías reprimen o son asesinadas, tenemos un cuadro de precariedad institucional y de legalidad. Son parte de áreas abandonadas por estos tipos de gobiernos donde importa más la imagen y la popularidad, donde se omite lo importante y decisivo. Son policías de fachada, dedicadas a lo suyo, con permiso tácito para hacer lo que quieran. Las policías poco profesionales y represoras corresponden a gobiernos bananeros. En nuestro caso tienen que ver con gobiernos en campaña eterna, duchos en narrativas fantásticas y ajenos a los asuntos serios.
Se puede decir que la seguridad ciudadana para ser tal requiere, invariablemente, del Estado de Derecho y la democracia. En gobiernos sin contrapesos y con casi exclusiva hambre de poder, con cultos a la personalidad, es casi imposible tener policías profesionales y al servicio de la sociedad. Lo más común es que se les deje sueltas y con autorización para robar en la lógica de tener una sociedad con miedo.
La seguridad pública y ciudadana es una cuestión de Estado, debe estar alejada de coyunturas electorales y de la politiquería. Necesita consensos políticos y sociales. Lamentablemente eso no se ha entendido o simplemente se omite. Es peor con gobiernos populistas en origen o imitación. Si no se reconoce la crisis que significa que maten policías o que, estos, también maten a gente pacífica, nunca habrá soluciones de fondo, todo será cosmético y simulación.
Llegan otras autoridades, federales y estatales, tienen oportunidades y obligaciones, es su deber y tarea, hacer algo mucho mejor.
Recadito: de terror la actuación de la policía en Xalapa.