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     Sergio González Levet

    Sin tacto

    Qué divertida se deben estar dando Dorita y Luis Antonio allá donde estén ahora. Los imagino felices, riendo a todo pulmón, bailando como sólo ellos podían hacerlo acá en las fiestas.

         Quiero creer que son dos estrellas que desde el cielo vigilan y protegen ahora a sus tres luises: los animan, les susurran que no lloren por ellos, porque al fin están reunidos de nuevo. Y miren cómo están de contentos.

         Los buenos pensamientos tratan de contrarrestar la nostalgia inevitable ante la partida del amigo entrañable, del político emplumado, del Pollo irrepetible que se empeñó en fabricar alegrías y enderezar tristezas.

         También anima a la congoja saber que dio una batalla ejemplar contra el mismo cáncer maligno y maldito que le había quitado la mitad de su vida; conforta de alguna manera haber asistido a esa pelea que dio con el alma hecha jirones.

         Pero en su existencia, Luis Antonio Pérez Fraga fue un hombre ejemplar, un modelo para todos los jóvenes que crecieron con él, a su lado en las épocas gloriosas del PRI juvenil de Veracruz, que llenó de ideas y de amigos emocionados que las hacían realidad.

         Entre tantas facetas, Luis Antonio destacó también como empresario exitoso en el afortunado mundo de la farándula jarocha. La hizo más divertida y presentable, le dio respeto y contento.

         Y llegó para él lo mejor, la presidencia del Comité del Carnaval más alegre del mundo, según su propia definición. Con el licenciado Luis Antonio Pérez Fraga, la fiesta de fiestas de Veracruz alcanzó niveles insospechados, se volvió del pueblo, se convirtió en una celebración de todos para todos.

    Fue uno de los mejores presidentes en una lista en la que ha habido magníficos. Y le tocó la gloria de celebrar el centenario del Carnaval, feliz y ejecutivo desde una cama del hospital.

         Tengo conciencia de que todo esto que pongo del querido Pollo Pérez Fraga no es nada nuevo y solamente repite lo que muchos están diciendo de él en estos tristes momentos, sobre todo sus amigos eternos, que son tantos.

         Pero es que no quise quedarme con el sentimiento en los pliegues recónditos y preferí repetirme con todos los que lo quisieron y lo quisimos.

         Descansa en paz, Luis Antonio, que acá no te olvidaremos.

         A las aladas almas de las rosas,

         del almendro de nata te requiero,

         que tenemos que hablar de muchas cosas,

         compañero del alma, compañero.

    sglevet@gmail.com