Maribel Ramírez Topete
La victoria de Donald Trump en las elecciones de Estados Unidos representa para México no solo un cambio en el panorama político, sino una invitación a redefinir su rol estratégico. Sin embargo, los beneficios potenciales de esta nueva relación no se darán por sí solos; para convertirlos en realidad, las autoridades mexicanas deberán actuar con astucia, habilidad y visión de Estado. No será suficiente esperar cambios o suponer que los intereses de ambos países se alinearán de manera automática. Se necesitará liderazgo, dejando de lado el ego y las divisiones internas, para enfocarse en objetivos concretos que impulsen el desarrollo y fortalezcan la soberanía de México.
La agenda migratoria es un ejemplo clave. Trump probablemente insistirá en un control más estricto de la frontera y una mayor intervención de México en la contención migratoria. México deberá negociar esta participación desde una postura fuerte, buscando apoyo técnico y financiero para enfrentar los retos migratorios de manera efectiva. La cooperación puede ser favorable para ambos países, pero solo si México exige un respaldo acorde a la magnitud del desafío. Es un trabajo que requiere talento en la diplomacia y un compromiso genuino para mejorar las condiciones de los migrantes y asegurar que el país no asuma roles sin recibir beneficios a cambio.
En términos comerciales, el regreso de Trump abre la posibilidad de consolidar el T-MEC, lo que podría impulsar la economía mexicana a través de una mayor integración manufacturera y tecnológica. Pero México no puede ser un simple espectador; necesita aprovechar esta relación para proponer proyectos regionales que aseguren el flujo de inversiones y la generación de empleos en sectores estratégicos. Aquí, la creatividad y la visión de las autoridades serán decisivas, ya que el país podría posicionarse como un socio indispensable en áreas como la tecnología, el sector automotriz, y la manufactura avanzada. Solo con una postura proactiva y sólida se logrará que esta relación comercial sea realmente beneficiosa para ambas naciones.
La seguridad fronteriza será otro punto crítico de esta relación. Si bien Trump priorizará la reducción del narcotráfico y la violencia, México puede liderar la propuesta de un “plan de seguridad fronteriza” conjunto que incluya tecnología y formación para sus fuerzas de seguridad. Esto permitiría mejorar las condiciones de seguridad en ambos países y reducir el flujo de armas y drogas. Para esto, será necesaria una colaboración que no se base en imposiciones, sino en un beneficio mutuo y en el compromiso de trabajar por la paz en la región. La clave será la habilidad de México para mostrar que puede ser un socio confiable y un actor responsable en el escenario internacional.
En cuanto a la política energética, México tiene en Trump un aliado potencial para impulsar la independencia energética de ambos países. Su enfoque en los combustibles fósiles podría alinearse con las actuales políticas de México en hidrocarburos. Sin embargo, cualquier colaboración requerirá astucia para asegurar que los proyectos conjuntos en petróleo y gas natural sean beneficiosos para ambas partes y respeten la soberanía energética de México. Las autoridades mexicanas deberán aprovechar esta oportunidad con prudencia, buscando inversiones que fomenten el desarrollo sin comprometer el control de sus recursos estratégicos.
Trump también plantea una política exterior enfocada en la estabilidad regional. Aquí, México podría consolidarse como líder en América Latina, posicionándose como intermediario en temas críticos y actuando de manera independiente, aunque alineada en objetivos estratégicos. Esta oportunidad requiere un ejercicio de diplomacia fina que reafirme el papel de México como un actor relevante en el contexto latinoamericano, mientras fortalece su relación con Estados Unidos desde una postura de respeto y colaboración.
En definitiva, el regreso de Trump a la presidencia no garantiza un camino fácil para México, pero sí una serie de oportunidades que pueden ser aprovechadas si las autoridades mexicanas trabajan con astucia, talento y una visión de largo plazo. Este contexto exige una política exterior estratégica, basada en la cooperación pero también en la firmeza para proteger los intereses nacionales. En lugar de asumir un papel reactivo, México tiene la oportunidad de ser un protagonista en esta nueva etapa, convirtiéndose en un socio clave para Estados Unidos y en un líder influyente en América Latina.