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Alejandro Bustos
Sinapsis
Este fin de semana de puente me puse al corriente con una película que llevaba años buscando: ‘What’s New Pussycat?’ (1965), una de esas películas que, aunque no fueron dirigidas por Woody Allen, lleva completamente su sello al haberse estrenado como guionista. Fue, de hecho, su debut como actor en la pantalla grande, compartiendo créditos con leyendas como Peter Sellers y Peter O’Toole en una comedia absurda y caótica sobre el amor y la infidelidad. He de reconocer que no es su pieza más brillante, pero entre los enredos y las situaciones ridículas que plantea la cinta, esta frase que dice una de las protagonistas se quedó dando vueltas en mi cabeza: ¿Por qué es tan problemático para todos enamorarse? Nunca parece funcionar.
Han pasado casi 60 años desde el estreno de la película, pero la pregunta sigue siendo tan vigente como en aquel entonces. Enamorarse nunca ha sido sencillo, pero en la actualidad parece una misión casi imposible. Vivimos en una era donde las relaciones son más efímeras, el compromiso parece ser un concepto anticuado y la sobreoferta de opciones en aplicaciones de citas ha convertido el amor en un frívolo menú de comida rápida: si alguien no te gusta, pasas a la siguiente persona con tan sólo deslizar un dedo.
El problema, creo, radica en que estamos constantemente bombardeados por expectativas inalcanzables. Nos vendieron la idea de que el amor debe ser perfecto, sin altibajos, sin momentos de duda. Y cuando las dificultades aparecen, muchos prefieren salir corriendo en vez de afrontarlas. O peor aún: nos acostumbramos tanto a la inmediatez que olvidamos que el amor es un proceso, no un resultado instantáneo.
También está, desde mi no tan modesto punto de vista, el principal obstáculo: el miedo. Miedo a la vulnerabilidad, a la dependencia emocional, a no ser suficientes o, en el otro extremo, a que la otra persona no lo sea. En un mundo donde se nos impulsa y se promueve constantemente la independencia extrema, admitir que necesitamos a alguien se percibe casi como un fracaso y un ineludible signo de debilidad.
Por otro lado, hay quienes se refugian en la idea de que el amor es una cuestión de suerte. «Si tiene que pasar, pasará», dicen para consolarse, como si fuera un golpe de azar y no una construcción diaria que requiere paciencia y esfuerzo. Pero esa filosofía también se tambalea cuando nos damos cuenta de que, incluso cuando encontramos a la “persona indicada”, el trabajo apenas comienza.
Quizás enamorarse sea problemático porque esperamos que el amor se acomode a nuestras vidas sin fricciones, sin cambios y sin exigencias. Pero la realidad es que el amor, si es genuino, siempre va a desafiar nuestra comodidad. Tal vez la pregunta que deberíamos hacernos no es por qué el amor no parece funcionar, sino si estamos dispuestos a hacer que funcione.
O tal vez simplemente pase como en ‘Lost in Translation’ (2003): De la nada y cuando menos te lo esperas.
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