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Jorge Viveros Pasquel
El Gobierno de Javier Milei, ha producido efectos económicos devastadores: inflación del 196%, devaluación del 216% y una nueva deuda externa de 20,000 millones de dólares, estos “ajustes” han logrado destruir el poder adquisitivo de su clase media, empujando a millones de argentinos hacia la pobreza.
Sin embargo, más allá de los números de este modelo. Ya se refleja en las calles que el delito y la violencia han crecido de manera alarmante, recordando un patrón similar al de otros gobiernos de derecha en América Latina, como el del periodo comprendido entre Salinas de Gortari y Felipe Calderón. En ambos países, el ajuste económico, la desregulación y la liberalización de mercados crearon un caldo de cultivo perfecto para el aumento de la violencia. En el caso de Argentina los robos han aumentado un 29% y los homicidios subieron un 18% en comparación con el año pasado.
Durante el gobierno de Calderón, la “guerra contra el narcotráfico” se convirtió en una de las principales respuestas del gobierno ante el crecimiento de la violencia, sin reconocer que la raíz del problema estaba en las profundas desigualdades sociales y la descomposición económica. De manera similar, Milei ha respondido a la crisis con medidas punitivas: mayor presencia policial, criminalización de la protesta y militarización de las zonas más vulnerables. Sin embargo, como ocurrió en México, esta represión no ha hecho más que profundizar el malestar social, creando un círculo vicioso de desesperación y violencia.
El ajuste de Milei, al igual que las políticas de Calderón, han destruido las redes de contención social que anteriormente mantenían relativamente estables los niveles de violencia. Los recortes en programas de asistencia y becas han dejado a miles de jóvenes sin oportunidades, solo incrementando la economía informal y el narcotráfico en las zonas más afectadas. En México, el narcotráfico se expandió bajo el pretexto de una guerra que nunca fue ganada, y en Argentina, el crimen organizado se está apoderando de barrios enteros, donde la presencia del Estado es casi nula.
La respuesta del gobierno de Milei, como la de Calderón, ha sido más represión: más policías y más control. Pero la violencia no se resuelve con la militarización, sino con la generación de oportunidades y la integración de los sectores excluidos en un modelo de crecimiento económico inclusivo. Como bien se demostró en México, la estrategia de Calderón resultó en un fracaso rotundo, donde la violencia creció de manera exponencial y el narcotráfico se consolidó, mientras las fuerzas de seguridad se convertían en actores cada vez más involucrados en la corrupción y la violencia estatal al punto que su Secretario de Seguridad Pública terminó en una cárcel de Estados Unidos condenado por el delito de narcotráfico.
La fragmentación social que genera el modelo de Milei ya está alcanzando niveles peligrosos, mientras el aumento de la violencia es la respuesta directa de un sistema que ha dejado atrás la idea de justicia social. El ajuste económico está logrando lo que parecía imposible: dividir a la sociedad argentina en dos mundos paralelos: uno de pocos privilegiados, y otro de millones atrapados en la pobreza extrema, donde la violencia es y será, como se vivió en México, la única respuesta posible.
La comparación con el fracaso del gobierno de Calderón no es meramente retórica: ambos gobiernos comparten la misma receta de neoliberalismo punitivo, que no resuelve las crisis sociales, sino que las profundiza. Ambos han desmantelado el Estado de bienestar en favor de políticas que benefician a los grandes sectores económicos mientras dejan a las clases más vulnerables a merced de la inseguridad y el caos. La violencia y el narcotráfico en México durante Calderón se convirtieron en una crisis de seguridad nacional, en Argentina, la violencia urbana está tomando la misma dirección, alimentada por el mismo tipo de políticas que no abordan las causas estructurales de la pobreza.
