Jorge Viveros Pasquel
La capital de Veracruz vive una paradoja constante, pues mientras se promueve como ciudad universitaria y cultural, en los últimos meses, la percepción de inseguridad entre la población ha crecido de forma sostenida, alcanzando el 64.4% en junio de 2025, según datos de la Encuesta Nacional de Seguridad Urbana (ENSU) del INEGI. Este aumento contrasta con otras ciudades veracruzanas como el Puerto de Veracruz o Coatzacoalcos, donde la percepción ha disminuido.
Aunque Xalapa no figura entre las ciudades más violentas del País, ni del Estado, los delitos del fuero común han generado una sensación de vulnerabilidad que permea la vida diaria; los robos a motocicletas, a casa habitación, los asaltos en vía pública y las extorsiones, entre otros, encabezan las denuncias ciudadanas y estas conductas delictivas, de carácter cotidiano, impactan directamente en la calidad de vida de los habitantes y alimentan la percepción de que las autoridades no logran contener la inseguridad.
En el imaginario colectivo xalapeño, ciertas colonias se han convertido en referentes de inseguridad, varias zonas de la ciudad son señaladas recurrentemente por los vecinos como puntos rojos. A ello se suma la preocupación en los cajeros automáticos, donde el 72.2% de los encuestados reporta sentirse inseguro, y el transporte público, percibido como riesgoso por el 65% de la población.
La inseguridad en Xalapa no siempre se refleja en un incremento de denuncias formales o en las estadísticas criminales duras, pero sí en la sensación generalizada de miedo. Este fenómeno se explica por una serie de factores: la difusión constante de hechos delictivos en redes sociales, la insuficiente comunicación con la policía en zonas estratégicas y la percepción de impunidad que acompaña a los delitos menores.
Más allá de las cifras, la inseguridad se ha convertido en un problema social estructural que erosiona la confianza en las instituciones. Para la ciudadanía, la pregunta ya no es únicamente cuántos delitos se cometen, sino qué tan seguros se sienten en su vida cotidiana y resolver esta brecha entre percepción/realidad es uno de los grandes desafíos para las autoridades, que deben responder no solo con operativos, sino con estrategias integrales de prevención, proximidad social y atención a las causas estructurales de la violencia.
