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    Por Sergio González Levet

    Sin tacto

    Cuando una persona está negada para algo, lo único que puede hacer es reconocerlo y buscar por otra parte en donde pueda hacer valer las habilidades, pocas o muchas, que tenga.

         Yo, por ejemplo, tuve que reconocer en mi niñez y primera juventud que era pésimo para los deportes, y eso que me probé prácticamente en todos, con excepción del hockey sobre hielo y el boliche, que en mi querido pueblo eran imposibles de practicar.

         Bueno, fui malo hasta para jugar a las canicas, y por eso terminé por convertirme en un lector voraz.

         Por cierto, eso de las canicas me recuerda un interesante estudio que leí hace algunos años y que demostraba que era falsa la idea muy generalizada de que los niños son anárquicos por naturaleza.

         El texto -escrito por un sicólogo infantil cuyo nombre se me perdió en un oscuro rincón de la memoria- hacía referencia a que las reglas del juego de canicas habían pasado de generación a generación sin que intervinieran para nada los adultos, porque se enseñaban siempre entre niños… ¡y todos las respetaban y las habían preservado!

         Creo que las canicas han pasado a mejor vida por culpa de los juegos electrónicos. Pero como soy un optimista irredento, espero que no y que los niños de hoy sigan diciendo “Mis comenencias pa todos los juegos, entren o salgan. Hay calacas y palomas”.

         Bueno, si me disculpan la vuelta por el tema de las canicas, retomo el de la impericia que las personas tienen respecto de algo.

         Yo, les decía, fui no malo sino pésimo para los deportes y me refugié en los libros, bendito sea Dios.

         Pero hay otros que se ennecian y persisten en hacer actividades para las que no fueron nacidos.

         Como Juan Gabriel, que no nació para amar.

         O como un cierto personaje veracruzano que de plano tiene todas las incapacidades para gobernar e insiste en seguir trepado en una silla que le queda enorme.

         Él qué, está ahí gozando de las excelsitudes del poder.

         Pero nosotros los veracruzanos estamos sufriendo la peor de las vergüenzas por su culpa y sus dislates. Hemos pasado de ser el pueblo más divertido e ingenioso a ser el hazmerreír de todo el país.

         Y no se vale que por uno nos quieran juzgar a todos.

         Así que digámosle al incapaz:

         «Compañero… aaay, compañero… para qué te metiste en esto si no le sabes.

         «Ay, compañero… ¡mejor salte!»

    sglevet@gmail.com