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    Uriel Flores Aguayo

    La vida del colectivo, de todos, a nivel mundial, se complicó en grado extremo por las muertes y secuelas de este maligno virus del Covid. Es un contagio demoniaco si quisiéramos imaginar y darle figuras similares. Es tan extraño e impredecible que puede dar confianza de relativo control hasta crear angustia y desorden cotidiano. En salud, economía y estabilidad mental lo prioritario es la sobrevivencia. No planes de largo plazo, solo lo inmediato y no por gusto. Cada día es fuente inagotable de malas noticias que ensombrecen la jornada. Perdemos algo de nosotros en lo cercano o no cuando mueren familiares, amistades, conocidos o personas relacionadas con gente que conocemos. Esos fallecimientos no son ajenos a nuestros pensamientos, son el presente. Y las muertes son el extremo, el punto de no retorno que sacude en lo profundo. Pero hay más, muchos más motivos de incertidumbre y tristeza, como son los contagiados, los que se aíslan o enfrentan la enfermedad en sus casas y hospitales. Se puede ser plenamente conscientes o no del terrible momento que vivimos, hay condicionamientos culturales que determinan efectos y aprendizajes diversos, pero hay lecciones a la mano de cada quien como consecuencia de este pavoroso virus: tomar la vida más ligeramente, buscar a los seres queridos, ser realistas en cuanto a nuestra condición vulnerable y sentirnos más parte de la humanidad; no de banderas en general, no de personajes, no de ideologías, más de la gente, de la fe y de los nuestros. Así va la vida, la nuestra y la de los demás, con incertidumbre, con tonos grises, ansiedad y mil complicaciones. Tenemos reservas morales, físicas e intelectuales para sobrevivir y superar este momento; veremos la luz al final del túnel.

    También hay vida social, colectiva y pública. Hay campo político en lo general y partidista. Hay amplio horizonte de ciudadanía. De uno en uno, en grupo o masivamente nos involucramos en los asuntos sociales. Es deseable fortalecer la participación ciudadana en las cuestiones públicas. Quienes están en partidos políticos, que son los menos, deben darle un sentido de utilidad social y trascendencia democrática a su militancia; están obligados a empujar a sus cúpulas y élites para que se reformen y asuman un rol de apertura y apego a valores y principios democráticos, además de asumir eficaz y honesto ejercicio en la administración pública.

    Toca a cada uno desarrollar su calidad de ciudadanos en plenitud, con derechos y obligaciones. Ser personas informadas, participativas, críticas y solidarias. Para hacer algo positivo en lo colectivo basta ver a nuestro alrededor. Hay tareas por asumir en lo inmediato, en nuestro entorno, en lo más sencillo. En cuestiones que mejoran la vida en común y que nos beneficia concretamente. Hay más por supuesto. Hay causas sociales que sostener. Banderas de todos. Involucrarnos nos hace mejores personas y enriquecen en todo a la sociedad. Las causas sociales están mucho más allá de los partidos y los gobiernos, no requieren su permiso y muchas veces se tienen que defender de ellos. Los campos están a la vista: medio ambiente, derechos humanos, violencia, feminismo, arte, agricultura, deporte, educación, salud, expresión, información, juventud, sexualidad, alimentación, minorías, marginación urbana, etc.. Son zonas bastas donde se hace algo, pero insuficiente. Debemos fortalecer a la sociedad civil organizada. Abrir canales de participación en la vida pública y puentes de comunicación con los gobernantes y legisladores. Desde luego exigirles que cumplan bien con sus responsabilidades. Uno de los dramas de nuestra débil democracia es la distancia de la clase política, de todos los colores, respecto de la ciudadanía.

    Hay mucho por lo que se debe luchar, siempre, sin reflectores oportunistas. Son causas sociales prácticamente infinitas. Nos definen como ciudadanos y seres humanos. Somos parte de la sociedad, de la comunidad o no. Siempre se debe advertir de no mezclar las agendas del poder, de los partidos y de la casta política con los intereses profundos de la gente, con las causas sociales. Son campos separados. Es más útil un ciudadano consciente que un político simulador. De los ciudadanos críticos saldrán mejores políticos, no a la inversa.

    Recadito: es imposible esperar algo mejor cuando se observan las escenas de funcionarios con machetes y cubetas.
    ufa.1959@gmail.com