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    Emilio Cárdenas Escobosa

    De Interés Público

    La madrugada del sábado 21 de agosto, Grace, una de las tormentas más poderosas en años que golpean la costa del Golfo de México, tocó tierra como un potente huracán de categoría 3 en Veracruz, provocando inundaciones, desbordamiento de ríos, pérdidas de cosechas y de ganado, cortes de energía, deslaves, derribo de árboles y severas afectaciones a miles de viviendas.


    Pero lo más grave es que el paso del fenómeno meteorológico provocó la muerte de al menos ocho personas, entre ellas seis miembros de una familia en Xalapa.
    El panorama que dejó a su paso el huracán Grace es desolador sobre todo en las zonas serranas del norte, lo mismo que en localidades y ciudades de esa zona y del centro del estado, con localidades incomunicadas, sin agua potable, sin energía eléctrica, con carreteras y caminos destruidos y sus viviendas o lo que queda de ellas bajo el agua y el lodo.
    Las torrenciales lluvias provocadas dejaron severas inundaciones en la ciudad de Xalapa, capital del estado de Veracruz, donde calles, avenidas, colonias y hasta plazas comerciales quedaron bajo el agua. Deslizamientos de tierra en Xalapa sepultaron viviendas al pie de zonas montañosas, provocando la muerte de 7 personas, una familia casi completa, la madre y cinco menores, además de otra pequeña que perdió la vida por un alud que le quitó la vida mientras dormía en su humilde vivienda.
    La secretaria de Protección Civil estatal, Guadalupe Osorno, reconoció los errores de comunicación “antes, durante y después” del paso del huracán “Grace”. La funcionaria admitió que no dimensionaron la magnitud del fenómeno y por lo tanto en Xalapa la población no fue informada de lo que podía ocurrir. Una negligencia total que ameritaría, al menos, su salida del cargo, pero ya sabemos que eso no pasará.
    La falta de previsión de las autoridades, los asentamientos irregulares en la periferia de la capital en zonas de barrancas y laderas donde la población vive en permanente riesgo y que han sido toleradas desde hace muchos años por diversas administraciones municipales, aunado a la falta de inversión en obras de mantenimiento hidráulico, de desazolve de la red de alcantarillado, de construcción de muros de contención, explican, gran parte de lo sucedido.
    El saldo de las afectaciones es cuantioso y requerirá cifras millonarias para reponer lo perdido, lo cual llevará mucho tiempo, y agudizará la pobreza que crece y se extiende por nuestro estado.
    Para colmo, el gobierno federal desapareció el Fondo de Desastres Naturales (Fonden) como parte de sus políticas de austeridad y por considerar que existieron malos manejos en su operación. Apenas el pasado mes de julio fue su extinción oficial.
    Se perdió así un instrumento que no era, desde luego, un mecanismo perfecto pero funcionaba en casos de desastre, pues se activaba rápidamente y fluían recursos para ayudar de manera inmediata a los damnificados.
    Ante las acusaciones de abusos o desvíos de esos recursos en los años recientes, que los hubo, sin duda, se optó por desaparecerlo, aunque no existe una sola denuncia ante las instancias de procuración de justicia del desvío de fondos.
    Ahora todo queda sujeto a la voluntad presidencial y a su particular forma de organizar la entrega de los apoyos para las emergencias, y a la respuesta de los gobiernos estatales y municipales.
    Como sea, justo cuando más se requiere la atención inmediata, ahora los afectados deben esperar a que el gobierno levante censos para organizar la entrega de apoyos, acatar la petición presidencial de no realizar acciones de protesta y esperar en sus casas que lleguen a visitarlos los enviados gubernamentales. Una nueva forma de atender las emergencias.
    Desde que se anunciaba la inminente llegada del huracán Grace a costas veracruzanas, con la intensidad que traía, con las proyecciones de la zona de impacto y sobre todo con la enorme cantidad de agua que descargaría en territorio veracruzano y a su paso por el país hasta degradarse a tormenta tropical, era evidente que se enfrentaría una situación muy complicada. Las proyecciones meteorológicas no fallaron, la emergencia llegó y sorprendió a todos, al gobierno estatal en primer lugar.
    La pregunta que muchos se hacen es si las autoridades actuaron y están actuando a la altura de lo que exigen las circunstancias. Porque no fue hasta que llegó el presidente López Obrador a la entidad, tres días después, cuando comenzaron a organizarse de mejor manera las tareas de apoyo, que habían estado a cargo de personal de la Marina Armada de México y del Ejército Nacional, luego de la parálisis inicial y la lenta reacción de las autoridades estatales, mientras la población clamaba y sigue clamando por ayuda.
    El impacto del huracán Grace será recordado por mucho tiempo por los terribles daños causados y por la lentitud del gobierno para reaccionar ante lo sucedido.
    Sin atinar a brindar atención inmediata a los afectados, la primera reacción de la administración estatal fue convocar a la burocracia a achicar inundaciones con cubetas y a palear lodo en zonas de Xalapa afectadas, donde no faltaron, desde luego, cientos de fotos de funcionarios de primer nivel y sus colaboradores en redes sociales, haciendo notar su presunta solidaridad, mientras población de zonas incomunicadas del centro y norte del estado estaban a su suerte.
    Sin los recursos del Fondo Nacional para Atención a Desastres que fue arrasado por la austeridad republicana de la 4T, a la espera del apoyo ciudadano –de la generosidad de la gente que acude a donar a los centros de acopio-, y de los fondos que autorice el gobierno federal como parte de las medidas que anunció el presidente Andrés Manuel López Obrador en su visita a Xalapa, el huracán Grace desnudó también, o más bien, corroboró la improvisación y la falta de claridad, por decir lo menos, de lo que debe hacerse para prevenir -antes que lamentar- las afectaciones que inevitablemente deja el impacto de un huracán categoría 3.

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