Destacado

    Sergio González Levet
    Sin tacto

    De acuerdo con nuestra cultura y nuestras tradiciones, éstos son los días en que recordamos a quienes se nos adelantaron en el camino de la vida, a quienes pasaron a otro plano astral, a quienes llegaron a un lugar mejor, a quienes se extinguieron -según la respetable creencia de cada quien-.
    Hoy recuerdo que soy muy afortunado porque en la parte de ese camino que llevo recorrido he podido gozar con la compañía de grandes maestros de la vida y el conocimiento.


    Primero mi padre, don Camilo González Cervantes, a quien 31 años después de que descansó la gente de Misantla aún recuerda como el legendario Doctor Camilo, quien solo y por más de medio siglo mantuvo controladas la morbilidad y las infecciones en la zona serrano-costeña del centro de Veracruz.
    Vean qué enseñanzas pude recibir de él: el amor por los semejantes, el sacrificio y el esfuerzo, la adquisición cotidiana del conocimiento como forma de vida.
    Y la bondad. Froylán Flores Cancela, su ahijado querido, decía de él que era el hombre más bueno del mundo. No le faltaba razón.
    Y Froy, don Froy, fue para mí, familia y maestro.
    Siempre lo consideré el mejor reportero que ha dado Veracruz y el papá de todos los columnistas.
    Por él supe todo cuanto supe de este oficio pleno y embriagador ( tanto, que él nunca tomó una gota de licor, por ésta…).
    A Froy pude acompañarlo varios años en su pasión por la palabra escrita, en su obsesión por las noticias, en su sagacidad para descubrir la información donde nadie la veía.
    Para muestra un botón: cierta noche llegó a la redacción del Diario de Xalapa el reportero de nota roja con una facha de desolación.
    –Ay, don Froylán, hoy no tengo nota. ¡No hubo ningún muerto, ningún accidente y ningún asalto!
    –Pues ahí tienes la nota, Joaquín, y es para ocho columnas. Vamos a informar que este día no hubo ningún hecho violento en la ciudad. ¡Qué mejor noticia que esa quieres!
    Froylán Flores Cancela era un periodista de tiempo completo, de 24/7, que no dormía y no vivía por estar atento a ganar la exclusiva, a informar con talento lo que otros aún no sabían.
    Ganó un premio nacional de periodismo que hizo ver para siempre chiquitos a los demás. Por eso quienes fuimos sus discípulos nunca caímos en la trampa de buscar reconocimientos de papel o de bronce. «El único premio que vale, es la credibilidad de tus lectores», nos decía y le creíamos.
    Otro gran maestro que tuve fue un genio de la semiótica, el tres veces doctor Renato Prada Oropeza (en pedagogía en su natal Bolivia, en filosofía en Roma y en lingüística en Lovaina, Bélgica).
    Fue además Premio Casa de las Américas de Cuba por su novela Los fundadores del Alba, que recordaba la gesta del Che Guevara en Bolivia.
    Renato era lo más parecido a un erudito que se podía ser: prácticamente sabía todo, de todo.
    Los integrantes de mi generación de la Facultad de Letras, los que sí estudiamos y terminamos la carrera, siempre le hemos estado agradecidos a Renato por su paciencia, por su sapiencia, por su ciencia .
    Y yo por su amistad, que trascendió gasta su esposa Elda y sus amados hijos.
    Qué suerte haber estado cerca de esos hombres extraordinarios. Qué oportunidad haber podido aprender un poco de ellos
    Por eso nunca los olvido… y menos hoy.

    sglevet@gmail.com