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    Alan Sayago Ramírez

    Han pasado dos años de que se reportó el primer paciente con COVID-19 en el mundo, lejos quedo el mensaje en septiembre de 2019, de la Organización Mundial de la Salud (OMS) donde expresaba que «teníamos que prepararnos para lo peor», lastimosamente pocos meses después, esta alerta se hizo realidad, con la pandemia hemos aprendido mucho o poco, pero nos hizo partícipes a todas y todos, el virus SARS-CoV-2 sin duda nos hizo reflexionar sobre la salud y el cómo veíamos la vida.

    La enfermedad rápidamente se diseminó por el mundo desde inicios del año pasado y poco a poco fue causando estragos en la salud y dejando más de 4 millones de defunciones, América latina se convirtió en el epicentro de la nueva pandemia, naciones como Brasil, Perú, Colombia, México, Argentina y Chile registraron el mayor número de contagiados y fallecidos por el COVID-19.

    Dejando cifras alarmantes y una crisis sociosanitaria por la amplias desigualdades sociales y económicas que caracterizan a gran parte del continente. Sin embargo, el mayor impacto lo han sufrido los sectores de la sociedad que, históricamente, han quedado excluidos, estos son los pueblos indígenas, los cuales constituyen más del 6% de la población mundial manifiesta la Organización de las Naciones Unidas en el documento «Pueblos indígenas y la pandemia del covid-19: consideraciones».

    Los pueblos indígenas, suelen verse afectados de manera desproporcionada por las epidemias y otras crisis, en esta ocasión fue al acceso a la información, debido que la insuficiente información, en la cual no abarca todos los aspectos importantes de la prevención del coronavirus y esta ha sido tardía en llegar a las comunidades. Esto ha provocado que, hasta el mes de julio, 617 mil personas pertenecientes a pueblos indígenas se infectaran por la COVID-19 y casi 15 mil murieron por complicaciones relacionadas a esta enfermedad desde el comienzo de la pandemia, estos datos fueron revelados por la Organización Panamericana de la Salud.

    Si bien es cierto que las tradiciones de los pueblos indígenas son una fuente de resiliencia, debido que la mayoría de los pueblos indígenas organizan periódicamente grandes reuniones tradicionales en sus comunidades, esto puede representar una amenaza en la propagación del virus, pero el peligro puede agravarse debido a factores como su falta de acceso a sistemas eficaces de vigilancia y alerta temprana y a servicios sanitarios y sociales adecuados.

    Es por eso que las Naciones deben de garantizar los derechos colectivos e individuales, consagrados en la Declaración de las Naciones Unidas (ONU) sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas, debido que aún existe una gran brecha digital y la falta de información adecuada para poblaciones de los pueblos originarios, con mensajes relativos a la higiene, la distancia física, la cuarentena y la prevención, en lenguas indígenas, estas medidas deben garantizar la nula aceleración de pérdida de la diversidad lingüística.

    Tan solo en México se hablan 69 lenguas o también llamadas idiomas indígenas. Desde una visión legal, el artículo 4° de la Ley General de Derechos Lingüísticos de los Pueblos Indígenas plantea «se declara a las Lenguas Indígenas y al español «Lenguas Nacionales» debido a su trascendencia y permanencia en México». Hoy el mundo entendió que con esta pandemia es responsabilidad de todos mantenernos informados; sin embargo, las naciones deben asumir el compromiso de fortalecer los sistemas de información gubernamentales promoviendo su articulación y garantizando los Derechos de los Pueblos Indígenas.

    Activista Social, licenciado en Derecho, Maestro en política y gestión pública.
    Redes Sociales: @alansayagor