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    Uriel Flores Aguayo

    Se termina el año 2021, solo restan unos cuantos días para que concluya el 31 de diciembre. Es un mes frío pero de ambiente acogedor. Hay un notable relajamiento laboral al igual que un activismo comercial. Es temporada de aguinaldos y salidas vacacionales. No se debieran desbordar las reuniones y encuentros sociales por las renovadas amenazas del Coronavirus en su versión ómicron, sin embargo las propias autoridades son omisas respecto a medidas concretas y eficaces de prevención. Hay un hartazgo generalizado con esta prolongada pandemia que cumplirá pronto dos años de estarnos atormentando. Tendremos que seguir lidiando con el mortal virus. Hemos aprendido de los cuidados básicos, hay precaución y solidaridad. Es obvio que la ciudadanía tiene mejor actitud que las autoridades, que se desentienden de sus responsabilidades en muchos casos.

    Cada año tiene su inicio y su final. Cuando empieza lo hace con propósitos renovados u originales. Somos la suma de los años, de los tiempos de todos los colores y las experiencias vitales. Año tras año sumamos vida, maduramos y crecemos. El cierre de doce meses no incide en ciclos escolares y laborales. Más bien es un lapso acordado históricamente con consenso social. Indica nuestra edad y aniversarios varios. Se hace un alto en el camino, en un andar anual. El ambiente es reflexivo, de recuentos y balances. Se admite haber cumplido los propósitos de inicio de año o, al menos, haber o seguir intentándolo. Junto a las alegrías de los convivios, de los abrazos afectuosos, de los brindis de buenos deseos y de la luz que nos ilumina especialmente también hay lados oscuros y tristes, de las enfermedades o muertes de seres queridos o conocidos al menos.

    Tanto este como el año pasado han sido más que difíciles, con una pavorosa pandemia poniendo a prueba nuestra condición humana, afectando salud y economía. Venimos cargando pérdidas abrumadoras de todo tipo. Las escuelas han abierto parcialmente, las oficinas funcionan a medias y la vida social todavía tiene restricciones. No ha sido un año normal. Tal vez no seamos conscientes en forma plena de los efectos y las secuelas de la pandemia. Se sufre con miedo y desánimo. Hay la esperanza que nos trajo la ciencia con las vacunas. La respuesta ciudadana fue y sigue siendo de primera para vacunarse.

    La vida sigue. No se funda ni se refunda cada año. Siempre será distinta la manera en que se valora lo vivido, como diferente la forma en que se encara el porvenir. Cada quien con sus creencias e ideas, con sus gustos, con su familia y amistades, con su personalidad, con sus convicciones y valores, con sus aspiraciones, con sus sentimientos, con sus errores y aciertos, con su independencia y dignidad va hacia adelante, entra al Año Nuevo y se propone ser mejor. Nacimos para ser felices, y queremos serlo; intentarlo y lograrlo es el chiste y la clave de la vida. Somos personas individuales y libres, no anónimas, no masa, no cautivos. La invisibilidad se produce como renuncia de derechos y a ser uno mismo. El entorno puede militar en contra, la condición humana no se abstrae, pero tampoco es imposible ser buenas personas. Ser positivos es perfectamente viable, como somos la inmensa mayoría. Tal vez sea hablar de obviedades. No es problema, ayuda recordar, insistir, subrayar, dar centralidad a lo importante. Ser alguien, no algo; tener a alguien, no a algo; luchar por alguien, no por algo. Lo importante es la gente, uno por uno, empezando por nosotros, todos, uno mismo. El amor propio, auto estima, no contradice al amor por los demás, lo complementa. Vamos al año 2022 con buena actitud y con la mira alta.

    Recadito: termina una administración municipal e inicia otra, que sea mucho mejor.
    ufa.1959@gmail.com