Uriel Flores Aguayo
Francisco Javier, Javi, murió violentamente hace dos años en Puebla, en donde había estudiado la carrera de Medicina y se alistaba para realizar su servicio social. Tenía 22 años y una vida por delante. Fue asesinado junto a otros dos muchachos cuando salían de un festejo popular. Fueron víctimas de un entorno social degradado y la actuación impune de criminales. Javi era xalapeño, extraordinario estudiante, amoroso hijo y un ciudadano lleno de sueños. Su existencia fue cegada por gente miserable que no tiene límites de ley y autoridad alguna. La noticia de su muerte sacudió al país, con mayor repercusión en Veracruz. Fue, ahora lo sabemos, de esas situaciones demenciales que, lamentablemente, se suceden hasta la actualidad en todas partes de México. La sola noticia nos cubrió de luto; saber su origen lo volvió cercano; saber que era sobrino de amigos de la infancia supuso un enorme dolor. Cuanta tristeza en su entorno familiar, cuanto dolor en sus padres y hermana, sobre todo en su mamá. Solo imaginar lo que pasaban era motivo suficiente para estar afligidos. Es insoportable tanta maldad y tanta violencia. Seres sin alma, monstruos, disponiendo de la vida de nuestros jóvenes, de humanos llenos de luz y encaminados a cumplir sus propósitos en la vida.
Algo o mucho anda mal en la sociedad y en los gobiernos cuando se pierden vidas de esta manera. Cuando sujetos sin escrúpulos deciden quién vive y quien muere. Cuando las autoridades hacen de todo menos en cumplir con sus obligaciones básicas, las de la seguridad. La culpa es de los gobiernos de todos los niveles, omisos y cómplices, incapaces e interesados. Pero mucho tiene que ver una sociedad apática y miedosa, clientelar y conformista con un ambiente degradado, de terror, donde puedan morir violentamente nuestros jóvenes. Es una desgracia humanitaria que los muchachos no puedan andar seguros por las calles ni hacer sus actividades cotidianas. Es una afrenta a nuestra dignidad. Nadie está a salvo, nadie debería abstenerse de informarse, opinar, ser solidario y actuar contra la violencia. No importa el costo social si salvamos vidas y logramos justicia.
Pasan los hechos, se repiten, pasan las noticias, pasa el tiempo, y los daños profundos, con intenso dolor, se queda en el espacio de la familia directa, especialmente de sus padres y hermanos. Es indescriptible la escena de llanto y exclamaciones a dos años de la partida de Javi; no hay palabras suficientes de consuelo para su mamá y hermana. Se aferran a sus recuerdos y a su fe, nunca vivirán normalmente, les han arrancado una parte de su corazón. Impacta el dolor, se comparte el luto. Los malditos que lo hicieron y las autoridades que lo permitieron irán al infierno, pagarán algún día el daño causado a gente buena, sana e inocente. Por Javi, familia y amistades debemos elevar plegarias y exigencias de justicia. Que el llanto y dolor se vuelva motivación para luchar, para sostener en alto e infinita mente su memoria. No muere más que físicamente si no se le olvida, si se le lleva en los pensamientos, si se vuelve causa. Descanse en paz Javi …
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