Sergio González Levet
Sin tacto
El diccionario de la Real Academia de la Lengua le adjudica ocho diferentes definiciones al término «desgraciada». Para los fines de este «Sin tacto» me quedo con el número seis:
«Adj. Falta de gracia y atractivo», y así califico a la jefa de Gobierno de la Ciudad de México, Claudia ¿Guadalupe? Sheinbaum Pardo (lo de «Guadalupe» es porque ella, aunque es de origen y religión judía por parte de padre, parece querer subirse artificialmente a una especie de culto a nuestra Virgen Morena, de la misma manera que lo quiso hacer AMLO con el nombre de su partido).
Bien, y digo que doña Claudia es una desgraciada no porque así pudiera llamarla Laura de América, sino porque en cuestión de simpatías y salero ostenta la gracia quebradiza de un joven elefante (Renato Leduc).
Ante el micrófono y las cámaras, la señora es un Nembutal, un ladrillo en la nuca, un palo ensartado en una calabaza (Joan Manuel Serrat).
Y ante esa realidad inocultable, alguien que seguramente es un enemigo mortal de ella, disfrazado de especialista en el manejo de imagen, tuvo la genial ocurrencia de pedirle a la Sheinbaum ¡que se presentara como una persona chistosa!, y la mandaron a soltar un chascarrillo desde la tribuna.
Ahí la veo: llega con su cara deslavada e inexpresiva, hecha para atrás obsesivamente con el pelo recogido en su perenne cola de caballo, gris su atuendo también -tan neutro en colores y en diseños-.
Llega al atril, digo, e intenta esbozar una sonrisa que a fuerza de ser artificial parece más bien un rictus. Empieza un discurso más, sin tonalidades, sin emociones, y de pronto se detiene. Como un experto pasador futbolista hace la pausa, y suelta con su voz neutra y aburrida:
«Es como ese chiste de una persona que se cae y en lugar de volver en sí, volvió en no”.
¿La respuesta de quienes lo escucharon en vivo y en directo?
¡Nada! Un silencio sepulcral que no alcanzó a cubrir con su velo el ridículo, la pena ajena.
Recuerdo que una infamia similar se le ocurrió a otro especialista en imagen con el pésimo presidente Ernesto Zedillo a sus cuatro o cinco años de gobierno. De pronto le aconsejaron que hiciera comentarios simpáticos y lo único que le salieron fueron ridiculeces.
Así la lastimosa corcholata consentida, que muestra su incapacidad bíblica para la política y para la gracia.
Por eso: ¡Que pase la desgraciada!