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    Julio Vallejo

    La línea delgada entre mi opinión y la tuya


    Se honra la memoria de los muertos.

    Chumbala, cachumbala Cachumbala, chumbala cachumbala; cuando el reloj marca la una las calaveras salen de sus tumbas, chumbala cachumbala. Así bailando todos alegres en las faldas del cerro de la madre tierra, el guajolote, el borrego y los cochinos todos ellos llenos de alegría tenían un ambiente muy familiar, lleno de colores, sabores y olores; ahí, reunidos esperaban a sus fieles difuntos.

    Cuando de repente, el aire otoñal, apaga la veladora del corral, se hizo un silencio total.

    Por otro lado del corral, cerca del panteón y junto a la iglesia del pueblo, se realizaba el segundo concurso de altares de día de muertos, ahí, los humanos hacían una conjunción entre seres vivos y muertos, ya que tenían pintado medio rostro de calaverita, reflejando el presente y el futuro en su semblante.

    Mandarinas, tamales, mole, champurrado, pan y alcohol; adornaban el cajón del altar, ese que con grandes arcos representa la entrada al mundo de los muertos, las velas representan el fuego, la tierra es representada por semillas y frutos que ahí se les dejan.

    La unión del ser vivo ante los ancestros muertos.

    Noviembre se recuerda cuando ves las hojas de los árboles desprenderse, quien a su vez ellas se acarician con el viento, haciendo una hermosa melodía de bienvenida dibujada en el aire; cada que sentía la corriente se me ponía la piel chinita, más cuando traía de lo lejos el susurro de un violín, las notas que interpretaban por medio de sus cuerdas, esas que de  tanto limarse entre sí me daba un sentimiento de sufrimiento por ellas, aún así bella melodía.

    Esta tradición, debe perdurar viva para siempre, no hay que dejarla morir, ni mucho menos, cambiar las flores naturales por plástico. En la actualidad, es común ver en la ciudad costumbres de otros países, como el Halloween o peor aún, adornar con bolsas negras simulando cuerpos embolsados.

    Estas tradiciones lamentablemente se están perdiendo, como también después de hacer un recorrido por la sierra de Zongolica, donde sus usos y costumbres, están a un hilo de desaparecer, me asombro ver que en un lapso de 20 años donde la vestimenta de las mujeres de falda negra hasta los talones y blusas blancas con bordados a mano con listones he hilos de colores, las están cambiando por pantalones de mezclilla.

    La lengua náhuatl, se está dejando tapar por ese reboso negro que las caracteriza, para quedar en un simple recuerdo.

    Tradición ancestral orgullo de nuestra raíz.

    Era hora de dar los resultados y la premiación. Después de ese gran silencio en el corral, se escuchó la ovación en la plaza central al llegar la premiación: El guajolote pasaba de un bello plumaje negro, a un pálido color blanco bañado en mole, el borrego moría de frío, al quitarle toda la lana y pasar a un baño hirviendo; mientras el cochino se bañaba en hierbas de olor, para salir con un bronceado en su piel hecha por la manteca que salía de él. Qué ironía de la vida; el primer lugar fue para “sembrando vida”.

    Al término del evento se dejó ver esa bruma de niebla por todo el lugar simulando un cuaderno de dibujo para empezar a trazar otra historia.

    Moraleja; lo que es fiesta para unos, para otros es un sufrimiento, pero al final todos iremos al inframundo y seremos recordados. Por eso es importante no dejar morir está tradición y disfrutar mientras respiremos aunque sea por última vez. O tú qué opinas.