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    Julio Vallejo
    La línea delgada entre mi opinión y la tuya

    La mitología del amor.
    Todos en algún momento de nuestras vidas queremos saber el futuro; pero la realidad es que primero hay que saber bien el pasado de las cosas, para así, poder entender nuestro presente. Es decir, acompáñame a transportarnos al pasado para saber el contexto del día del amor y la amistad.

    Reuniendo las piezas de este puzzle mitológico.

    Como no soy una persona indecente y los caballos estaban prohibidos en aquel entonces, me dejaron abordar un forlón todo adornado con pesadas cortinas de color violeta y flecos verdes; toda la cabina era de color negro brillante, con vivos en color oro en las orillas de la caja, esta era tirado por dos enormes caballos lozanos, bravos, cuando en ese preciso instante de emoción por estar ahí; se le cae una de las enormes ruedas color roja. Acto seguido, me veo a la necesidad de parar en un lugar llamado Monte palatino.

    Nueve meses solares y diez lunas antes.

    Llegué al lugar, a la media noche de Februa y me fusioné con la realidad de aquel día, una gran fiesta pagana, donde los romanos festejaban el ritual de Lupercalia; esté se asocia con la fertilidad y el inicio agrícola del nuevo año.

    Mujeres y hombres desnudos dejaban brillar su piel, mientras se purificaban por la neblina densa que habitaba el ambiente, los sacerdotes Lupercos con caras de perros y cabras, golpeaban a las mujeres con las pieles de los animales sacrificados, todo esto mientras los románticos romanos hacían rifas de mujeres para copular.

    Con las caras pintadas de barro, sangre y leche de cabras, se hacían bañar sus rostros dejando ver un amor interesado y útil. Sin olvidar que en la antigua roma era por ley, que el marido tenía que besar a la mujer; aclarando que no como un acto de amor, si no para comprobar que no hubiera bebido vino; imagínate donde quedaría la reputación de Lucrecia el símbolo de la fidelidad conyugal si ellas se hubieran tomado unas cuantas gotas de uvas añejadas.

    Mientras los dioses se llenan de delectación por tal ritual, Luperca (loba) amamantaba a los dos gemelos, Romulo y a Remo.

    Quedé anonadado cuando los cuerpos de hombres y mujeres soportaban los latigazos de los perversos y desmesurados actos de fertilidad, gestando el día del amor, que circulaba libremente por las calles de piedra sin importar que algún día llegaría la sacrosantidad promulgada.

    Un origen un tanto obscuro, que sin duda amaneció con rayos de luz color oro en la edad media; donde ni la mismísima diosa Juno, podría ayudar a estas mujeres ante los periodos prolongados de esterilidad. Los festejos de lupercales se resistían a desaparecer por tanta barbarie.

    Como todo en la vida tiende a evolucionar, ya era tiempo de cambiar las tradiciones, así que los habitantes encontraron una manera nueva de expresarse, que sería mediante el carnaval; como ya es su costumbre la iglesia católica dejaba fluir su homilía por medio del Papa Gelacio afirmando que sólo “la vil chusma” participaba en esas fiestas.

    Afínales del siglo V fueron las últimas fiestas romanas donde el cristianismo y los poetas Shakespeare, Chaucer y Marlowe comienzan a hacer una verdadera sustitución en las celebraciones y apoyados por la leyenda del santo (San Valentín) del siglo III quien supuestamente fue ejecutado el 14 de febrero.

    Es así como emerge el día del amor. Las tarjetas de papel blanco con mensajes amorosos, tomaron nuevos aires, vinieron a evolucionar y a afluir en medio de la obscuridad; donde más allá de ver el amor, se vio renacer y entender que el amor es el camino del bien, donde el amor universal es mejor que el amor de uno solo, que la violencia por muy oscura que sea siempre será iluminada por ese sentimiento intenso que crea el ser humano.

    Desafortunadamente, ahora en el presente sólo se enfoca más sobre el ámbito comercial y materialista, dejando a una sociedad en plena obscuridad, ante un amor verdadero que pudiera iluminar nuestros corazones. O tú qué opinas