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    Sergio González Levet

    Sin tacto

    Es el siglo XVIII. Los atrevidos barcos de madera surcan los mares de todo el mundo con sus velas enhiestas y sus navegantes a prueba de todo valor.

         En el Oceano Índico, una hermosa carabela española se enfrenta a los vientos y las aguas de un pavoroso monzón, pero pierde la batalla ante el oleaje inmenso. Los hombres que cobijaba la nave fueron cayendo al mar y terminaron ahogados ante el embate de las aguas revolcantes.

         Sólo un marinero se salvó, un jarocho que se había embarcado desde el puerto de Cádiz en España, donde había llegado en busca de mundo y de fortuna, y que en su tierra, cuna de valientes nadadores, se había destacado como el mejor tritón.

         Llegó el superviviente veracruzano, que ya había sobrevivido a los ataques sanguinarios de los piratas en su tierra, a una isla poblada de feroces nativos que entre otras cosas tenían la ingrata costumbre de comerse a todo aquel que llegara a sus playas.

         El rey de los salvajes le dijo al paisano que iba a tener la dudosa fortuna de ser engullido por los guerreros más destacados, así su corazón iba a pervivir en la ferocidad de sus nuevos inquilinos.

         Sin embargo, el líder de los bestiales caníbales le dijo que podía salvarse de ser deglutido si accedía a enfrentar la prueba de las tres carpas, y si lograba salir, que digo victorioso, sino simplemente vivo de ellas.

         —En la primera carpa —le dijo el cacique—, hay 20 botellas de vino, y tienes que tomarte todas en 15 minutos.

         El jarocho era hombre de buena garganta, ejercitada innumerables noches en los portales de su tierra, así que pensó que la primera prueba era superable.

         —En la segunda carpa —prosiguió el indígena—, hay un tigre al que le duele una muela. Tienes que sacársela en 15 minutos.

         No era dentista, pero había tumbado varias piezas en los pleitos legendarios que había tenido entre tantas borracheras.

         —La tercera carpa —culminó— tiene un catre y una mujer que es ninfómana. Ha matado ya a nueve maridos como producto de su ardor fogoso incontenible.

         Entró el hombre decidido a la primera, y 15 minutos después salió triunfante aunque muy achispado, porque había logrado dar cuenta de todo el vino. Con todo aplomo se dirigió a la carpa del tigre.

         Los que estaban afuera vieron cómo la carpa se cimbraba, escucharon los aullidos del tigre y los rugidos del hombre (conste que no me he equivocado). A los 15 minutos salió nuestro héroe todo ensangrentado, el sombrero de tres piedras hecho un guiñapo, el paliacate convertido en jirones, los botines antes blancos ahora pintados de rojo, la guayabera vuelta una desgracia (los protagonistas veracruzanos nunca dejan el atuendo, aunque sean náufragos). Se volvió hacia los salvajes y les dijo:

         —Ya estuvo lo del tigre. Ahora, ¿dónde está la señora a la que hay que quitarle un diente?

         Moraleja. En las elecciones de 2024 no nos equivoquemos: con que le saquemos la muela a Morena basta.

    sglevet@gmail.com