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    Manolo Victorio

    Carpe Diem

    «La diferencia entre literatura y periodismo es que el periodismo es ilegible y la literatura no es leída».

    Óscar Wilde.

    Los periodistas, parias sexenales de moda, depositarios de la ira presidencial, destinatarios de la incordia de la nueva clase política que sigue  con fanatismo monolítico la línea cotidiana marcada desde el atril de Palacio Nacional, aún tenemos aliento para la celebración.

    Aún nos queda la palabra como escudo y peto protector del prestigio, bien intangible que nos sostiene ante los embates de poderes facticos o institucionales.

    En esta tierra de nadie es fácil deshacerse de un reportero, nadie nos defiende, nadie nos busca, nadie reclama cuando una voz crítica, hablada, escrita o lanzada al éter es silenciada.

    Sin ánimos de autoconmiseración ni banderas de mártires, transitamos por la delgada, casi imperceptible línea de lo correcto o incorrecto, lidiamos con lo lícito y lo ilícito según nuestra formación académica o educación familiar.

    La moral no es un árbol que da moras, en el oficio periodístico, contrario a la frase política  acuñada por el cacique Gonzalo N. Santos.

    La moral es un momento fugaz dónde el periodista dice sí o no al embute tentador, puerta de entrada al infierno del ‘no te pago para que me pegues’ y la tortura mutua y codependendiente de la complacencia mutua entre el funcionario y el reportero.

    En estos tiempos de liviandad política, los periodistas se leen entre sí, se escuchan y se autocritican o retroalimentan en esfuerzo necio por evitar la extinción.

    El periodista es rara avis que ni su familia ubica en andanzas de la vida pública, privada y oculta que conforman la trinidad terrenal del reportero, de la reportera.

    ¿Hay periodistas que esconden aviesas conductas, patrocinadas por la oscura hidra de las organizaciones criminales que trafican con drogas, opioides, metanfetaminas, combustibles, derechos de piso y de paso? 

    Sí.

    Tampoco se trata de romantizar el oficio. Hay periodistas malos, criminales, amparados por un gafete, un nombre y un medio. Verdad dolorosa pero inobjetable.

    Minoría rapaz que no alcanza consensos de desprestigio colectivo en este oficio suicida, piensa el redactor en la impronta evaluatoria de la profesión.

    Hay más periodistas buenos. 

    La sociedad se merece a estos buenos ciudadanos. Los buenos somos legión, dicen las arengas religiosas. Aplica también en el quehacer reporteril.

    La conducta del periodista solo puede ser entendida por un periodista.

    En autocomplascencia enfermiza escribe, acomoda las palabras, oprime cómo automata la tecla ‘delete’, vuelve a acomodar en la mente la oración: sujeto, verbo y predicado, antes de teclear por enésima ocasión una cuartilla virtual interminable.

    Que pesadilla.

    Que sufrimiento.

    Que placer, proteína para el ego.

    Luego las risas si el escrito, la columna, comentario, nota informativa, crónica o reportaje se confecciona con idea de desenmascarar una transa, truculencia, accion u omisión de los hombres y mujeres del poder.

    El soliloquio que va del paroxismo al sufrimiento y de ahí a los picos de efervescencia escandalosa, son estados de ánimo que solo  entiende el periodista, la reportera, la persona infectada por este virus llamado periodismo.

    Todavía queda la palabra.

    Aún resiste la letra constitucional del artículo 6°, eje matriz de nuestra tarea diaria.

    Saludo a los periodistas, comunicologas, reporteras, analistas, fotoperiodistas y toda la fauna que se resiste a morir cada día.

    Cómo diría el gran Gabo: ‘el periodismo es el mejor oficio del mundo’.

    … de otro costal.

    Marcelo Ebrard Casaubón repite el bucle infinito de la política mexicana. 

    Dice que se va el lunes 12 de la cancillería para ir en pos de la esmeralda perdida a priori de la candidatura presidencial, dicen quienes conocen al presidente Andrés Manuel López Obrador.

    Esta película ya la vimos en el sexenio de Carlos Salinas de Gortari.

    Manuel Camacho Solís estaba seguro que sería el sucesor del hermano, de quién era ideólogo político.

    No fue así. Salinas se decantó por Luis Donaldo Colosio.

    Manuel Camacho Solís fue el padre putativo del actual canciller.

    Marcelo Ebrard Casaubón protagoniza el remake de la película salinista.

    Y el actual jefe de partido es también el constructor de ese partido, el Movimiento de Regeneración Nacional.

    Y es un presidente que no escucha los cantos de corcholatas.

    Será un junio intenso.

    ¡Turbio! diría una influencer de nuestra ignorancia jarocha.