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    Miguel Valera

    Relatos dominicales

    Aunque sus hermanos eran soldados y tenían experiencia en el arte de la guerra, el joven David, como mi padre en su infancia, era solo un pastor, que cuidaba ovejas. Cuando el rey Saúl lo vio, todo enclenque no le creyó bien a bien que ya había matado, cuerpo a cuerpo a un león y a un oso, como el mismo pastorcillo le dijo. David sabía que, aunque era joven y debilucho, podría vencer al gigante Goliat, el hombre de Gat en la antigua Palestina. 

    Ambos sabían que —como escribió el general y filósofo chino Sun Tzu, “la guerra es de vital importancia para el Estado; es el dominio de la vida o de la muerte, el camino hacia la supervivencia o la pérdida del Imperio: es forzoso manejarla bien. No reflexionar seriamente sobre todo lo que le concierne es dar prueba de una culpable indiferencia en lo que respecta a la conservación o pérdida de lo que nos es más querido; y ello no debe ocurrir entre nosotros”.

    El ser humano, pensó el joven David, vive en una guerra permanente, contra sí mismo, contra el dominio de su entorno, contra “el otro”, su prójimo, a quien o bien coloniza para su beneficio o hace alianza para caminar juntos hacia otras tierras de conquista. Pero, ¿es posible que los débiles dominen a los fuertes?, ¿es posible que un jovencito con cinco piedras y una honda pueda derrotar a un gigante?

    Desde sus aposentos, el gigantón de entre 2.06 y 2.97 metros, se reía cada mañana del ejército israelí. Cuando supo que un muchachito de rancho, cuidador de ovejas, iría contra él, se río, se burló, se carcajeó. Dice el relato bíblico que el filisteo caminó despacio hacia David, con su escudero por delante, viéndolo con desprecio. Veía que era sólo un muchacho, saludable y bien parecido. Goliat le dijo a David: —¿Para qué traes ese bastón? ¿Para ahuyentarme como a un perro? Goliat empezó a nombrar a sus dioses para maldecir contra David. Goliat le dijo a David: —¡Acércate, y echaré tu cuerpo a los animales salvajes y a las aves de rapiña! 

    Entonces, sigue el texto, David tomó una piedra de su bolsa, la puso en su honda y la lanzó. La piedra salió disparada de la honda y le pegó a Goliat exactamente entre los ojos. Con la piedra incrustada profundamente en la cabeza, Goliat cayó al suelo, con la cara hacia abajo. Así fue como David derrotó al filisteo, con sólo una honda y una piedra. Golpeó al filisteo y lo mató. Como David no tenía espada, corrió y se paró al lado del filisteo. Entonces David desenvainó la espada de Goliat y con ella le cortó la cabeza. Así fue como David mató al filisteo.

    Ese día, mientras el joven David caminaba rumbo al palacio del rey, pensó en que es natural que el poderoso se regodee en su poder, en su ejército, en sus tierras conquistadas, en su ejército de aduladores. Es normal que quien tiene el poder se sienta intocable y que, investido de soberbia, se levante cada mañana pensando en enjuiciar al mundo y a quienes piensan diferente a él, pero no hay que olvidar que lo que hace parecer fuerte a alguien puede ser su mayor debilidad, concluyó.