Sergio González Levet
Sin tacto
Llegó la gente que contrató la SIOP del cuitlahuismo y ayer tumbó a mansalva los árboles hermosos de la Avenida Lázaro Cárdenas, enfrente de la plaza Urban Center.
Fue un asesinato, un ecocidio, un delito… peor, fue una estulticia (pongo este término culterano para evitar en este espacio tan decente el vulgarismo p3nd3j4ad4). Treinta añosos portentos, treinta prodigios naturales, treinta ejemplos perfectos de la arquitectura vegetal de Xalapa fueron talados, derribados, destruidos por la insensatez.
Haré el relato del crimen. Todo sucedió en la avenida que originalmente fue llamada Circunvalación, ésa que de libramiento terminó por convertirse en la columna vertebral de la vialidad capitalina, y por eso le han hecho tantas y tan pocas obras en las últimas cuatro o cinco décadas. Tantas, porque nunca terminan de estar los camineros tapando baches o remediando problemas de construcción, de movilidad. Tan pocas, porque con lo que le han hecho no se ha conseguido nunca que sea la vía rápida de desfogue que necesita con urgencia la enorme cantidad de vehículos que tiene azorada a la ciudad.
Pero hoy es una calle mocha, porque ya no presume los 500 o 600 metros, tal vez hasta un kilómetro arbolado, que nos recordaban que estábamos en la Ciudad de las Flores.
Hace 40 años, el gobernador Agustín Acosta Lagunes, que le sabía mucho a la administración pública y a la florería, mandó a su jardinero de cabecera que plantara ahí robles y encinos, hayas y liquidámbares, araucarias y jacarandas. Y esas plantas prometedoras crecieron y se llenaron de ramas, de hojas, de nidos de pájaro, y de alturas… muchos llegaban a los 40 metros majestuosos, verdaderos rascacielos de verde primor.
Y además esos árboles llenaban también de oxígeno a la calle casi ahogada por el humo de los motores de gasolina y diésel, y combatían con susurros ramosos el ruido ambiente que casi era infernal y en adelante lo será para quienes pasen por ahí y lamenten el paraíso perdido.
Sé que muchos querrán culpar al presidente municipal de Xalapa, al Ricardo Ahued que tantas obras ha tenido que hacer para poner al corriente las calles de la ciudad, que estaban llenas de hoyos y de descuido.
Pero el Puente de la Corona, como le llaman por la ubicación de una enorme bodega de la exquisita bebida, es responsabilidad de la Secretaría de Infraestructura y Obras Públicas, cuyo titular es el esposo de una de las tres hermanas García Cayetano, que tanto han medrado con la cercanía parental de Cuitláhuac García.
La historia no absolverá al cuitlahuismo de este asesinato arbóreo, aunque la obra que hagan sea un portento -lo que sería también un milagro- y despeje la vialidad congestionada. Y es que todos los que pasen por ahí en adelante, recordarán a los fallecidos y la sombra que dieron durante tantos años, junto con toda su belleza florida.
No se vale.
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