Mar de León
Minuto
El mes de octubre es uno de mis preferidos por varias razones. Mi abuelo Camilo cumplía años el día 5 y me gusta prenderle una vela ese día y recordar lo que queda de fotos y en el subconsciente de una niña de dos años (él falleció cuando yo tenía esa edad) y preguntar a las personas que lograron conocerlo cómo era y qué hizo. Siempre me es gratificante escuchar sus logros médicos.
El 2 de octubre no se olvida. Es trágico, sin embargo, me regala una tradición para recordar a los que se han ido, que tanto quise y quiero todavía (mi tío Joaquín, hermano mayor de mi mamá falleció en esta fecha hace ocho años, en 2015).
La mayor y más importante razón por la cual octubre me encanta es la Luna. Todas las noches de octubre desde que tengo uso de razón son maravillosos los paisajes que pintan las nubes otoñales en conjunto con el bello satélite.
En fin, con este tren de pensamiento comienzo mi rutina de ir a trabajar en la mañana que consiste en pedir el taxi que, en una ciudad como Xalapa, es una verdadera odisea porque está, básicamente, en construcción casi toda la ciudad, más la falta de cortesía y educación vial en la mayoría de los conductores que, si de por sí es difícil manejar en Xalapa, lo hacen todavía más complicado con sus cláxones y groserías.
No debería de ser así, pero hay que esforzar la serenidad para poder llegar al trabajo con una sonrisa y la mejor actitud y la paz que nos merecemos todos.
Hace unos días, la aplicación de InDrive, que es la que normalmente utilizo para trasladarme, estaba fallando por lo que tuve que recurrir a llamar al Radiotaxi bien conocido como GL. El taxista que me llevó a mi trabajo resulta que era colombiano y fue muy desagradable estar escuchando durante todo el camino lo felices que son los colombianos comparados con lo amargados que estamos los mexicanos como sociedad, según el pigre chofer, de madre mexicana pero crecido en Colombia, pues no veo qué hace aquí si tanto le gusta su otra nación.
Y aún tengo esperanza de que existan colombianos que valgan la pena, sin embargo, en su mayoría (al menos los que he conocido aquí en México) sufren de xenofobia, rencor histórico y racismo. Cuidado con nuestros hermanos sureños, se dicen crueles por necesidad.
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