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    Sergio González Levet

    Sin tacto

    En 1969 (un año en el que no nos vimos las caras) apareció publicado el libro Sobre la muerte y los moribundos, de la psiquiatra suiza Elisabeth Kübler-Ross, en el que propuso las etapas que sigue una persona ante una pérdida, sobre todo relacionada con la muerte de un ser querido.

         El modelo de la doctora Kübler-Ross se volvió un ícono y marcó el inicio de la tanatología como una forma de tratamiento del dolor profundo ante el fallecimiento de alguien cercano a nuestra vida o a nuestro corazón.

         Las cinco fases son: negación, ira, negociación, depresión y aceptación, y todos las hemos tenido que recorrer cuando menos alguna vez en nuestra vida.

         Bueno, pues en el caso contrario a un duelo, cuando recibimos una profunda satisfacción, una gran alegría, también se presentan etapas: recepción, gozo, exaltación, decantación y ¡depresión!

         Veamos, ante una noticia agradable, exultante, primero la aceptamos y manifestamos nuestro gozo, de ahí pasamos a la exaltación. Después de un tiempo no muy extenso empieza a declinar el gusto y concluimos con una baja emocional que desemboca en una depresión, no necesariamente enfermiza sino entendible a la luz del cansancio que provoca la alegría (un dato, nunca podemos pasar riendo tanto tiempo como el que podemos pasar llorando; otro dato: la alegría es pasajera mientras que la felicidad puede ser permanente).

         Y por fin desemboco en lo que quería decir. Es que los mexicanos insertados en la sociedad civil y que han podido permanecer a salvo de la influencia de la propaganda del Gobierno de la Cuarta Transformación tuvieron una inmensa alegría cuando apareció en el horizonte electoral para 2024 la figura de la senadora Xóchitl Gálvez como una magnífica respuesta a los deseos de perpetuación de Andrés Manuel López Obrador a través de la imagen titiritesca de Claudia Sheinbaum.

         Pero esa alegría pasajera ha tenido que pasar por sus etapas para poder convertirse en una felicidad permanente.

         Primero fue el advenimiento de un liderazgo en la oposición, que todos esperaban y se había convertido en un anhelo que parecía imposible. De ahí tanta alegría civil y el gozo multitudinario que llenó las calles y las plazas liberadas de México. Y del gozo pasamos a la exaltación, a considerar que ya se había ganado la elección y que el dinosaurio ya no estaba ahí cuando despertamos de nuestro sopor cívico.

         Pero ese entusiasmo se ha ido decantando porque así es la naturaleza humana, lo que no quiere decir que se haya perdido; solamente se transformó en un sentimiento más apacible y duradero.

         Y el cansancio ante la exaltación llevó a una depresión natural, después de tantas energías gastadas en la celebración.

         Hoy muchos empiezan a tener sensaciones de pérdida, de regresión, de duda. Pasada la euforia, Xóchitl está dejando de ser perfecta y muchos de sus seguidores empiezan a ver en ella su humanidad, que conlleva la comisión de errores (errare humanum est).

         Así que ahora podemos ver que Xóchitl no es impoluta porque es humana, para fortuna de México, agobiado por tanta supuesta perfección del patriarca.

    sglevet@gmail.com