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    Uriel Flores Aguayo

    La referencia precisa es al Gobierno y a la clase política dominante, no a la población cuya mayoría es independiente y preparada. Lo bananero, al tipo de las Repúblicas de ese nivel, donde manda lo caciquil y la ignorancia, se manifiesta a nivel local en variadas y curiosas formas.

    Ocupan las secretarías de despacho personajes de ínfimo perfil, sin trayectoria y poco preparados. Es obvio que sus áreas son un desastre. Están ahí por amiguismo y algo de lo más faccioso cómo puede ser la pertenencia a un partido político. Sus actos y declaraciones son ocurrentes, abstractos y de corte “grillo”. Exhiben soberbia y desprecio por la inteligencia. Se asumen en una ficticia superioridad moral y se desentienden del mínimo compromiso democrático. No son cambio, no son referente positivo. Son parte de un proyecto regresivo que muy pronto se agotó en sus teóricas intenciones reformadoras e inauguró una etapa de abusos y anacronismo. En muchos sentidos son peores que lo más malo del viejo PRI. Sus excesos tienen que ver con el origen de su administración, coyuntural, y el bajo nivel cultural que ostentan. Llegaron sin esfuerzo y sin méritos. Ya ni hablar de alguna formación ideológica, con escasas excepciones. Siendo gobierno de partido y partido de gobierno no sólo rompen con códigos democráticos sino que ingresan al campo de lo delictivo. Cometen delitos al utilizar los recursos públicos para actividades de morena; tanto en personal, como instalaciones y presupuesto. No tienen escrúpulos. Son pocos los que en sus filas hacen alguna observación crítica de esas prácticas corruptas o muestran algún tipo de decoro. En su mayoría se volvieron una masa simuladora y oportunista. Pueden usar espacios públicos, acarrear una y otra vez a la burocracia y disponer del presupuesto a la luz del día, en horario de labores, y retratarse sonrientes y orgullosos. Dedicados a la grilla, sin marcar línea de lo que es gobierno y partido, descuidan sus funciones y responsabilidades. Eso explica las carencias en todas las áreas y el mal funcionamiento del gobierno. A donde se voltee vemos funcionarios de medio pelo, en labores de auto consumo. Son un fraude si pensamos en que se presentaron como los regeneradores de la política. En su nueva realidad, ya con poder, nadan en cinismo y todo lo que hagan es para conservar sus privilegios. Son los nuevos ricos, la nueva casta. Su ignorancia y efectos de la borrachera del poder los hace más corrientes de lo que ya son. Se burlan de todos, descalifican y ofenden. Viven en una burbuja. Es evidente su desprecio por las leyes. No saben de división de poderes, de la legalidad, del respeto a las minorías, del diálogo y la tolerancia. Lo suyo no es la democracia. Nunca, ni en los peores tiempos del viejo PRI, habían tratado como esclavos a los empleados públicos; los han explotado hasta la saciedad. No lo saben, son mitómanos, pero se les viene una ola de repudio. Ni el control clientelar y corporativo los salvará de morder el polvo en las elecciones. Ahí verán su real estatura. Una muestra la tenemos en los funcionarios que pidieron licencia o renunciaron para ir por candidaturas; su fuerza es el cargo, sin él se desinflaron inmediatamente. Casi todos son de papel. Se les viene un invierno adelantado.
    Recadito: le hacen al cuento mientras siguen atracando con las grúas en Xalapa.