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    Miguel Valera

    Relatos dominicales

    Caminar, adelante, subir, arriba o abajo, son categorías universales. Todos los seres humanos nos entendemos en ese lenguaje. Me gusta caminar, no sólo por lo que para la salud implica, también porque “caminar” es ir hacia adelante. Sería raro ver a alguien caminar de reversa. Se puede caminar en sentido contrario a lo que una ruta marca, pero siempre caminamos hacia adelante, hacia el frente, con nuestra mirada puesta en algo que está más allá del primer paso que damos.

    Por eso creo que el caminar está ligado a otra categoría humana, la esperanza. Quien camina sabe que va a llegar a algún lado y si no lo sabe, al menos lo espera. Cuando caminamos queremos llegar a algún punto en específico.

    Hace algún tiempo, en Xico viejo, donde el tío “Coco” y su esposa Alma Orozco tienen una cabaña que han convertido en un gran jardín para el descanso, que les permite cambiar el rumbo de las actividades ordinarias, trabajando la tierra, Edwin, mi sobrino, nos puso el reto de subir un cerro que bautizamos con el nombre de “Cerro Tío Coco”, porque así le decimos a nuestro generoso anfitrión.

    Caminamos una hora y media, llegamos cansados al punto que nos habíamos propuesto, descansamos, vimos el horizonte y las pequeñas casas de Xico viejo, y regresamos en otro tanto de tiempo, satisfechos por la meta cumplida. Fue una caminata cansada, pero al final un reto cumplido para todos. Además del ejercicio, pudimos admirar la naturaleza, disfrutar del aire fresco y ver la grandeza del mundo que nos rodea.

    Caminar, el sol, lo verde, el aire fresco, siempre nos dará esperanza. Recuerdo que un día escuché a un sacerdote predicar sobre el fin del mundo. Cuando terminó la misa y nos quedamos entre amigos chacoteando en el atrio, vimos cómo el cura sacó una regadera para refrescar las plantas de su jardín. Todos nos volteamos a ver asombrados entre nosotros mismos y dijimos: no, hoy no se acaba el mundo; el cura está regando sus plantas.

    Así con estos viajes: caminar, ver la naturaleza floreciente, ver a Alma empeñada en cuidar sus plantas de chayotes y sus flores, nos da esperanza de que al menos hoy no será el día del fin del mundo.

    Por eso creo en el “homo viator», el “hombre o mujer caminantes”, “el ser humano viajero” y nunca me caso de leer y releer el viejo poema “Itaca” de Constantino Cavafis: “Cuando emprendas tu viaje a Itaca / pide que el camino sea largo, / lleno de aventuras, lleno de experiencias. / (…)  Pide que el camino sea largo. / Que muchas sean las mañanas de verano / en que llegues -¡con qué placer y alegría!- / a puertos nunca vistos antes. (…) Ten siempre a Itaca en tu mente. / Llegar allí es tu destino. / Mas no apresures nunca el viaje. / Mejor que dure muchos años / y atracar, viejo ya, en la isla, / enriquecido de cuanto ganaste en el camino / sin aguantar a que Itaca te enriquezca”.

    Lo que importa es el viaje, lo repetíamos hace algunos días, con Melitón Morales Domínguez, director de la revista Análisis Político, en el café La Parroquia de Ánimas, mientras disfrutábamos un lechero. Viajar es vivir, vivir es viajar. En la vida lo que importa, como bien lo dice el poeta, es el viaje que emprendemos para llegar a la isla griega de Ítaca. “Así, sabio como te has vuelto, con tanta experiencia, / entenderás ya qué significan las Itacas”.