Sergio González Levet
Sin tacto
Mis admiradas amigas las feministas son muchas cosas: valientes, justas, exigentes, luchadoras, beneficiadoras, mártires… Son modelo, ejemplo y paradigma de la lucha social más enconada de este siglo, que es la de la mujer, que se enfrenta a la hegemonía masculina que predominó por milenios… Son también empecinadas, son fuertes, son decididas…
Son todo eso para maravilla de su lucha y para bien del sexo femenino, pero no son lingüistas. Y como no lo son, el discurso de su lucha de repente ha caído en imprecisiones y hasta en contradicciones. Conste que digo el discurso, y nada más. Su cruzada en pos de la igualdad ha sido única y honesta… perfecta.
Pero a la hora de emitir o crear algunos neologismos para sustentar teóricamente su lucha, han caído en errores lingüísticos que son pecatta minuta, pero que no está de más tratar de evitarlos o corregirlos, si me perdonan sobre todo las más radicales de las integrantes de ese movimiento magnífico que, lo digo con toda certeza, puede ser la luz que salve el futuro de la humanidad; futuro tan puesto en duda por las acciones de nuestra especie, tan benevolente y tan depredadora al mismo tiempo.
Error de translación, por ejemplo, el que cometieron quienes desde el inglés tomaron directamente y sin pensarlo mucho el término “gender” y lo tradujeron como “género”. Y de ahí surgieron frases ahora tan famosas como violencia de género y equidad de género. Y tan tomó carta de oriundez el “género” empleado de esa manera que se universalizó su uso al grado de que se hizo regla lo que era digresión y la Real Academia Española (RAE) terminó por aceptarlo así, e introdujo una nueva acepción:
“3. m. Grupo al que pertenecen los seres humanos de cada sexo, entendido este desde un punto de vista sociocultural en lugar de exclusivamente biológico.”
Antes, pues, el sexo se aplicaba para hacer una distinción entre mujeres y hombres, y ahora ya está permitido decir género. Hasta 2009, cuando la RAE introdujo ese nuevo significado de la palabra, el género sólo era un accidente gramatical, que se refería a si un sustantivo, un pronombre o un adjetivo eran masculinos o femeninos, lo que no tenía correspondencia exclusiva con la sexualidad humana.
Vamos, una mesa es un sustantivo femenino, pero no tiene que ver directamente con las mujeres, al igual que un sillón es un nombre masculino que usan todos los géneros, los dos originales y los que cada día se van inventando.
Yo, como muchos, prefiero el sexo al género, pero de tanto que usan este último vamos a tener que irnos acostumbrando…
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