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    Sergio González Levet

    Sin tacto

    Unos se van por exilio, otros por éxodo. Es decir, unos huyen de las terribles condiciones de vida (¿o de muerte?) y otros van en pos de un sueño. Ambos buscan una vida mejor, pero se tienen que ir porque acá ya no se puede hacer nada con tanta violencia, con tan pocas leyes.

         Ya lo dije: les va la vida o les van los sueños; les va el miedo o les va la ilusión; les va el presente o les va el futuro.

         Se suben al autobús o al tren o al avión, según las posibilidades, y todos quieren lo mismo, que es un salario para llegar a la quincena con algunos billetes en la bolsa. También buscan una paz que no sea la de los sepulcros; vivir en un lugar tranquilo en el que puedas salir a la calle -de noche o de día- sin miedo a que te asalten, te quiten el celular, la pluma, la billetera… la vida misma.

         Van en pos de un empleo, o de una beca que les permita ser mejores allá, prepararse como no se puede hacer en México, lograr reconocimientos académicos que acá ya no valen nada (90 por ciento de incapacidad y 100 por ciento de sumisión, es la consigna).

         Son un millón de mexicanos al año los que se van. Entre éstos y los que regresan hay fuera del país, unos con otros, más de 15 millones de paisanos que son migrantes, la mayoría en Estados Unidos y con documentación irregular; 13 millones de personas que viven a salto de mata, huyendo de la migra después de que huyeron de las policías y de los soldados que les cortan el paso en su propio país.

         Hay otros, muy pocos, que lograron salir con todas las de la ley. Entre ellos, los que consiguieron uno de los escasos apoyos del austero Gobierno de la Cuarta Transformación, o una subvención de un país o una universidad del extranjero, y que harán un posgrado y conseguirán muy probablemente un empleo con buenas condiciones y todas las protecciones que ofrecen los gobiernos neoliberales (Cuba, Nicaragua y Venezuela, las dictaduras populistas, no son opciones, obvio).

         Vamos a ver, México está perdiendo a sus mejores hijos por la escasez de las oportunidades, por el exceso en las inseguridades, porque el Gobierno de los pobres no protege ni ayuda a nadie, sólo da limosnas que apenas alcanzan para sobrevivir entre mendrugos.

         Y allá van. Llevan la mente y el corazón llenos de buenos deseos, de grandes ilusiones, de la mejor intención de trabajar como solamente lo saben hacer los mexicanos de bien. Y van a conseguir en el extranjero el éxito que les robaron en su tierra.

         Se han ido, se están yendo, … que les vaya muy bien y que les sirva de algo nuestra bendición.

    sglevet@gmail.com