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    Granaderos

    Salvador Bárcenas
    Antonino era policía adscrito al batallón de granaderos, de 42 años, originario de un estado montañoso del sureste mexicano, que llegó al DF a los 12 de edad junto con sus padres y 7 hermanos para buscar una forma un poco mejor de vivir.
    Ahí terminó la primaria y la secundaria, con calificaciones más buenas que malas. Después de su acto de graduación de la Secun, sus padres le hablaron para decirle que tendría que buscar trabajo para sufragar sus gastos y apoyar a la familia. Nino, que era su nombre familiar, aceptó la situación y salió a buscar trabajo.
    Estuvo trabajando en varios lados, principalmente como “diablero” en la Central de Abastos; de dependiente en algunas bodegas de ese mercado… esto lo hizo por casi cinco años. Cuando hubo cumplido los 18, una mañana después de haber acabado con sus obligaciones, leyendo un diario que alguien abandonó, se entera de una convocatoria de la Secretaría de Seguridad Pública del DF para ingresar a la policía y concluye con que él cumple con los requisitos de la convocatoria.
    Se presenta al sitio de recepción de documentos. La oficial a cargo, después de revisarlos, lo inscribe para el examen de diagnóstico. Nino lo aprueba y, días después, se dispuso a ir a la calle de Moneda a comprar su ropa básica complementaria.
    Cursó en forma brillante su adiestramiento, graduándose con mención, y sale comisionado al Cuerpo de Granaderos, con el grado de policía de primera adscrito a la Comandancia General del cuerpo.
    Un domingo franco, conoce a Lourdes, una muchacha hidalguense, empleada doméstica que trabaja en la Del Valle y después de algunos meses de novios, se casan e inician su vida juntos. Ella sigue trabajando, por algún tiempo, hasta que se percata de su natural embarazo.
    Con la responsabilidad natural de los varones originarios del sur del país, Antonino programó sus tiempos para poder estar oportuno con su esposa y el bebé, que nació fuerte, sano y varoncito.
    Cumpliendo con las costumbres de ambos padres, el niño se bautizó. El papá invitó de compadres a su hermana y a su cuñado. La ceremonia fue en la parroquia de su barrio y la comida en un saloncito de fiestas que pagaron en forma conjunta los superiores de Nino. Barbacoa blanca de chivo y enchilada de borrego, consomé, pulque y despance de mezcal. La fiesta empezó el sábado a las 2 de la tarde y acabó el domingo a las 4 de la mañana, pero Giovani Antonino ya era cristiano.
    La vida de la familia siguió transcurriendo. Giova creció, nació su hermanita Nadxeli Berenice que también tuvo un bautizo de época. Antonino hizo los cursos a los que fue convocado y fue ascendiendo en la corporación. La mamá Lourdes se dedicó a la crianza de los niños y a atender a su marido. En las tardes vendía productos Avon y Tupperware.
    Los dos chicos crecieron, fueron al kínder, luego a la primaria, la secundaria… eran el orgullo de sus padres; siempre tuvieron calificaciones de excelencia en sus exámenes y pruebas, incluso en la de Enlace.
    Giovani terminó la secundaria con la firme convicción de entrar a la Prepa 5 de la UNAM, pues su proyecto era ser Ingeniero en Mecatrónica, cosa que entusiasmó a su padre quien lo animaba y cada vez que era posible lo apoyaba para que asistiera a foros y exposiciones de esa rama de la ingeniería.
    En abril de 2014, Giova presentó su examen de admisión en una Escuela Secundaria del rumbo donde vivía y de acuerdo a la tradición familiar, el día señalado buscó en internet, la página de la UNAM y con emoción se enteró que fue admitido en doceavo lugar de la lista.
    El segundo lunes de agosto de ese año a las 7 am, Antonino lo acompañó a las puertas del plantel y lo despidió con la frase “Hijo, échale todas las ganas, debes mantener tu beca y mejorarla; ya falta menos y vas muy bien”. Le dio un beso en la frente y se marchó… dos amigos se habían despedido.
    En el inicio del otoño, la situación nacional se complica. Surge el problema del Poli, la desaparición de los chavos de Ayotzinapa; y en la prepa 5 se comentan, con preocupación, estas cuestiones. Primero, a nivel de grupitos y después, en el salón de clases. El Consejo Estudiantil se reúne varias veces y emiten algunos comunicados de solidaridad, tanto con el Poli como con la Normal.
    Así las cosas, en la segunda semana de noviembre, un MP de la Procu del DF se ve inmiscuido en una trifulca en la Facultad de Filosofía y Letras e hiere a un estudiante en la pierna y a él, los chicos de Filosofía lo dejan para el arrastre, hecho que provoca un sentimiento de indignación en todos los campus de la Uni, y la respuesta de las bases y de las autoridades.
    En el cuartel de Antonino, que ya tiene el grado de Primer Comandante, todos se preparan de acuerdo a las instrucciones, para los eventos que se dejan venir con motivo de las marchas de los normalistas de Ayotzinapa y de los grupos sociales que los apoyan solidariamente para el 20 de noviembre en la tarde.
    El agrupamiento que comanda Antonino se destaca en Pino Suárez frente a la Suprema Corte y a un lado del Departamento del DF. Son las seis y media de la tarde; ya está obscuro. Por radio le ordenan que se desplace con su grupo a la esquina del Monte de Piedad y encapsule a unos “Anarcos” que están haciendo bulla. Ordena y empieza la marcha. Los encapuchados atacan a los policías con palos y cocteles molotov. Los policías sólo llevan como arma su escudo de acrílico.
    Los “anarcos” los provocan e insultan. Los policías sólo se defienden, por lo que empiezan a enfurecerse cuando los encapuchados llegan a la línea frontal del agrupamiento. Surgen los primeros roces. Los melenudos golpean los escudos con sus varas de kendo y con cadenas, golpes que llegan a los brazos y en el casco de los agentes de la ley.
    En un movimiento perfectamente programado y coordinado, los muchachos dan media vuelta y salen corriendo en diversas direcciones al tiempo que se van despojando de sus atuendos de combate, hecho que destantea y enfurece más a los policías, que inician un ataque contra el que encuentran avanzando sobre Madero rumbo al Eje Central, encontrando un grupo de estudiantes en la esquina de Palma, a quienes agreden por instinto. Antonino, con la adrenalina al máximo, encabeza la agresión ya autorizada por radio. Al voltear sobre Palma con dirección a 16 de Septiembre, observa cómo Hernández, uno de los Segundos Comandantes, golpea con el filo de su escudo a un joven de sudadera azul en plena cabeza y se la fractura. Cuando el joven agredido va cayendo antes de desmayarse, sólo le grita a Nino ¡¡¡PAPÁ!!!

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