Harmida Rubio Gutiérrez
Mujeres que saben latín
Podríamos decir que en la ciudad el silencio no existe. Todo el tiempo, a todas horas el sonido está presente. En la ciudad, los sonidos se superponen unos con otros en cada momento sin permitir muchas veces que un halo de silencio se abra paso. Las ciudades son bulliciosas, ruidosas, mitoreras por naturaleza.
Entre tantos ruidos, cuando el silencio llega a la ciudad, nos asombra y nos deja ver por instantes la belleza o el espanto. Entonces, cuando el silencio se presenta, nos produce dos extremos de emociones: la paz o el terror.
En los países árabes, un oasis es un lugar de alegría y a la vez de descanso, donde los viajeros hacen una parada para abastecerse de víveres y tomar aliento para continuar el camino. Existen lugares, como los callejones o algunos parques, que son una especie de oasis, aunque no de absoluto silencio, pero sí de sonidos y ambientes que generan paz. Ahí, quien viaja por la ciudad, puede abastecerse de imágenes del pasado y de un presente apacible, descansar de la ciudad que grita a diario por las calles y de repente, ver más allá de lo que se tiene enfrente.
Pero también hay silencio aterrador. En varias ciudades mexicanas se ha experimentado este tipo de silencio. La violencia, las desapariciones de mujeres, estudiantes y periodistas han cambiado el sonido de las calles. Hay patrullas y camionetas llenas de policías o soldados armados por las calles, casi diariamente nos enteramos de noticias de nuevos casos de impunidad, de corrupción. Desde hace varios años la forma en la que vivimos nuestras ciudades mexicanas ha cambiado. Así, hay algunas ciudades en las que a la gente no le ha quedado más remedio que no salir de casa después de determinada hora.
En Xalapa, en el año 2011, la situación se intensificó. A las ocho de la noche, ya las calles estaban desiertas, sólo se escuchaba el sonido de las hojas de los árboles, el pasar de uno que otro coche, las torretas de las patrullas, y algún caminar nervioso por las calles, junto con el propio. La ciudad oscura, literal y metafóricamente. En este caso el silencio provocaba el terror, como en una película apocalíptica.
Ahora, a pesar de ese silencio, y más bien precisamente por él, hemos empezado a llenar las calles de voz.
Un sonido distinto ahora baña los lugares de Xalapa, Ciudad de México, Monterrey, Guadalajara y casi todas las ciudades de este país. Voz de río que atraviesa y que transforma.
Voces necesarias para volver al silencio, ese silencio apacible y cordial; no ese silencio terrorífico. Voces que también nos llevarán a otros sonidos, como el del charlar de las y los vecinos en el barrio, de estudiantes que caminan seguros, seguros, de niños jugando en la calle, de mujeres, niñas, niños y hombres viviendo a toda hora la ciudad.
Esperemos así, que nuestras voces, más las que se suman, nos lleven a sonidos anhelados, o nuevos, pero decididos por nosotras y nosotros en las ciudades, que son nuestras.
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