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    Usumaki

    Usumaki

    Hobbes

    Hobbes

    Henry

    Henry

    Cathy

    Cathy

    Cecilia Muñoz

    Polisemia

     

    Tengo 23 años, cuatro hijos y jamás he parido.
    Sus nombres son Hobbes, Usumaki, Cathy y Henry. Los primeros son gatos y el último, perro, cocker spaniel para ser más exactos.
    Sé perfectamente que muchos cuestionarán mi decisión de llamarles “hijos”. Afirmarán que de mascotas no pasan, incluso llegarán a acusarme de misantropía y vaticinarán que cuando realmente tenga un hijo —humano— cambiaré de opinión y descubriré lo rudimentario de mi amor por mis actuales bebés en comparación con el que será sangre de mi sangre. Peor aún: me señalarán que ni el perro ni mucho menos los gatos tienen sentimientos por mí ni por nada. Que ni piensan.
    Pero me es muy difícil creerlo. Esgrimo pruebas como la alegría de Hobbes al verme llegar, la sonrisa de Henry, los abrazos de Usumaki y hasta la deferencia de la que Cathy, la menos cariñosa, hace gala hacia nuestros intentos de apapachos. No sé si son “sentimientos” como nosotros los entendemos. Desmond Morris explicaría que como humanos dueños cumplimos el rol de padres, y que mis pequeños, por muy adultos que sean, cognitivamente no han madurado del todo: ante mí y ante su padre, aún se creen bebés.
    Reconozco que no piensan… como nosotros. Pero no encuentro en ello un motivo para señalarlos ni para hacerlos de menos. El sol no piensa en lo absoluto, pero aun así le tenemos en alta estima. El que no sean como nosotros, humanos, “racionales” y “pensantes” no significa nada, más que son su propio ser. Y como tal, sienten dolor, hambre, frío, miedo… y algo que me atrevo a llamar amor.
    Pero para otros, de cosas no pasan. A menudo, los grupos de ventas en Xalapa de Facebook me ofrecen la prueba: alguien publica la foto de su perro/erizo/hurón —en pocas ocasiones he visto gatos en venta fuera de cualquier tienda de mascotas— y dice que ya no puede tenerlo, que se va a mudar, que hay un nuevo bebé en casa o bien, no ofrece ninguna excusa. Así que lo pone en venta: dos mil, tres mil y hasta 15 mil pesos por la mascota, generalmente perros de razas de moda, como el pit bull o el chihuahua. Y quien le pregunta cómo osa vender a quien fue su amigo, recibe siempre la misma respuesta: fue una inversión y hay que recuperarla. Exactamente igual que como si estuvieran poniendo a la venta una televisión vieja.
    Yo no compré a ninguno de mis hijos, todos fueron adoptados: Hobbes fue abandonado con dos meses en un terreno baldío que ahora es un gimnasio al aire libre; Usumaki vivía en la casa de mi novio, pero evitaba todo contacto humano. Fue hasta que se enfrentó a mi insistencia por abrazarlo continuamente que se ablandó; Cathy tenía dos o tres semanas de nacida cuando la abandonaron en la Central de Abasto; y Henry, según quien lo rescató, fue echado de una camioneta por el Teatro del Estado.
    A pesar de ello, hemos gastado: comida, salud, esterilización, shampoo, arena, platos, ropa, radiografías, análisis, consultas, operaciones y medicinas. Podría perfectamente llegar a un aproximado de todo lo que he invertido en ellos, pero antes se me rompería el corazón. Y antes me rompería yo misma que pensar en venderlos si ya no pudiera tenerlos. Porque no son cosas, son seres “sintientes” y sé que la separación los afectaría. ¿Cómo podría entonces insultar su pérdida poniéndoles precio?
    Es diciembre y Santa Claus y los Reyes Magos ya están presupuestando regalos. Los grupos de compraventa en Xalapa, y seguramente en otras ciudades, ya están publicando fotos de cachorros “originales” —como quien habla de bolsos— y los mercados rebozan de perritos que cuando mucho tendrán un mes de vida. Los gatos son un caso aparte: generalmente se regalan o se venden a precios mucho más bajos que cualquier canino.
    Pero hágase un favor, al posible nuevo miembro de su familia y a sus hijos, si es que tiene: reflexione. ¿Está realmente consciente de lo que implica un animal en su hogar? No se trata solo de dinero invertido en salud y en comida, sino también de tiempo para jugar, pasear, hacerlo sentir querido. Además, debe saber que el animal tiene su propia personalidad, así como sus preferencias y necesidades, como el espacio. Si está totalmente seguro de que podrá con la responsabilidad que implica un perro, piense si acaso es realmente necesario comprar uno. ¿Por qué no buscar uno para adoptar? Claro, esto es imposible si lo que desea es presumir un perro de raza porque “son más bonitos” o “más finos” o cualquier excusa que se le ocurra.
    Las posibilidades de adopción son infinitas: no solo cada mes las asociaciones protectoras de animales de Xalapa realizan una pasarela de adopciones, sino que también por medio de las redes sociales difunden las historias de perros y gatos que esperan un nuevo hogar. El grupo Xalapa Animalista de Facebook de la misma forma promueve la adopción y el rescate de animales, aunque en general permea la preferencia por animales de raza; sin embargo, la difusión que se le da a animales perdidos, encontrados, los consejos y las recomendaciones de veterinarias lo compensan.
    La adopción también tiene sus detractores: muchos la menosprecian por considerar que quienes realzamos sus ventajas queremos todo “regalado”. El que hablemos desde la experiencia no es, claramente, un argumento válido; el que neguemos la palabra “regalado” por la cosificación que implica del animal es no solo un argumento inválido, sino incomprensible.
    Lo anterior implica que no es solo necesario fomentar la cultura de la adopción, sino de la tenencia responsable. Solo así los detractores de la adopción se darán cuenta de lo imposible que es conseguir “regalado” a un animal: tener uno siempre significará un gasto, pero uno noble. Incluso, se podría dar en adopción con una correspondiente “compensación” que tan solo cubriera las primeras vacunas del cachorro, la desparasitación y de ser necesario el antipulgas, una cantidad que seguramente estaría lejos de los precios que se ponen para hacer negocio y que, con tickets en mano, comprobaría que se está recibiendo a un cachorro sano y cuidado. Además, ya que estamos, ésta debería llevarse a cabo solo hasta los dos meses de vida del animalito, cuando ya ha conseguido de la madre los nutrientes necesarios para su desarrollo e inicia el proceso de socialización, un hecho del que la gente que vende en la calle cachorros parece no estar enterada, ni sus compradores.
    Mientras termino esto, recuerdo la frase más horrible que me han escrito “si compras un perro, puedes hacerlo mercansia [sic] o tu amigo”. Y no logro comprender la insensibilidad y la falta de empatía de quien la escribiera. Porque tengo 23 años, cuatro hijos, jamás he parido y nunca he sido tan feliz como cuando los conocí.
    Correo: polisemia@outlook.es

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