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    Harmida Rubio Gutiérrez

    Mujeres que saben latín

     

     

    ¿Qué nos apasiona hacer? ¿Qué nos llena de vida cuando lo hacemos? ¿Qué nos hace sentirnos orgullosas de nosotras mismas y que nos brillen los ojos al recordarlo o al hacerlo? Cuando era niña, jugaba con mis amiguitas de la cuadra a soñar el futuro. Imaginábamos qué íbamos a ser de grandes, a qué nos íbamos a dedicar. Se oían las vocecitas: ¡maestra!¡doctora!¡dentista!¡enfermera!¡científica!¡educadora! ¡traductora!¡pastelera!¡actriz!¡mecánica! Yo seguramente contestaba algo así con entusiasmo, pero la verdad era que no lo tenía muy claro. De chiquita jugué a ser muchas cosas: maestra, bailarina, cantante, curandera, exploradora de terrenos baldíos, organizadora de juegos de calle, cocinera de pasteles de lodo, escritora de cuentos, escaladora de árboles… curiosamente nunca arquitecta, pero sí descubridora de mundos. No sabía que todas esas cosas me estaban ayudando a construir el oficio que ahora tengo, pero que hasta hace muy pocos años me ha quedado claro: narradora de ciudades. Hace tiempo leí un ensayo del escritor de ficción Ray Bradbury en el que decía que en una época a él lo contrataban algunas empresas en Estados Unidos para que encontrara las metáforas de las personas. Su trabajo consistía en descubrir en los individuos aquella sustancia profunda que los definía, y hecho ese hallazgo, ya sólo bastaba que las personas conocieran esa parte de sí mismas para que la desarrollaran. Se trataba de encontrar el “hacer” propio, ese que muchos místicos han llamado “misión de vida” y que también mucha gente identifica como “su gran pasión”. Eso que suena tan simple para Bradbury y tan lindo, es algo que cuesta descubrir, pero más aún, construir. Porque lo más complejo es que esa gran energía creadora y hacedora, se va transformando, no es la misma siempre. Para descubrir este motor de vida hace falta mirarnos y conocernos, y también hace falta mucho valor para seguir haciendo lo que nos apasiona a pesar de críticas, problemas económicos, familiares, políticos y en consecuencia, existenciales. Si leemos la biografía de mujeres apasionadas en su hacer propio, podemos darnos cuenta de que les llevó muchos años construir lo que las apasionaba: Porque no tuvieron las oportunidades y los medios, por la discriminación y prejuicios de la época, porque les llevó un largo camino descubrirlo o porque estaban muy ocupadas en otros quehaceres hasta que defendieron su espacio y su tiempo y empezaron a construirse en su “hacer”. (Recomiendo como ejemplo de esto, el libro de entrevistas “Gritos y Susurros” de Denise Dresser). Ese hacer, ese oficio, es parte fundamental de nosotras, es parte de la estructura que nos sostiene y de nuestra autoestima. Nos da vitalidad, nos propone retos y nos hace tener esperanza en el futuro; pero también algo muy importante, hace que inconscientemente, dejemos huella en otras mujeres. A la periodista Carmen Aristegui, en una entrevista que hace poco le hicieron al respecto de su despido de la cadena MVS, le preguntaron si seguiría haciendo periodismo a profundidad después de su despido, a lo que ella contestó: yo soy periodista, es lo que hago y me apasiona hacer, claro que lo seguiré haciendo. Lydia Cacho, otra periodista ejemplar, después de amenazas, secuestros y grandes problemas con las mafias de trata de personas, ha vuelto a la carga con nuevas investigaciones, con otros temas, siempre apasionada por su oficio. Creo que las periodistas en estos tiempos son el ejemplo perfecto de lo que quiero decir en este texto. Estas pasiones de vida tienen un impacto que va más allá de nuestro propio ser. Se esparcen por las vidas de otras y otros y en algunos casos, las ayudan, las nutren, las inspiran. Estas pasiones no tienen porque ser ya existentes, podemos inventarlas; en muchos lugares del mundo las mujeres hemos creado nuevos oficios para la vida contemporánea. Así, cuando de niñas nos atrevíamos a imaginarnos en oficios muy diversos, haciendo cosas extremas, divertidas y retadoras; estábamos ya construyendo nuestra pasión. Pero más aún, empezaba a crecer una semilla en nosotras, cuando mirábamos a otra mujer que admirábamos y pensábamos “de grande quiero ser como tú”.

     

    *Este texto va en especial dedicado a las y los periodistas que en este México de hoy se juegan la vida haciendo su oficio en un clima de violencia y corrupción. También es un homenaje a todas las mujeres que inspiran a otras.

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