Cecilia Muñoz Mora
Polisemia
Hoy, el escritor Gustavo Sainz estaría festejando 75 años. Sin embargo, el autor de más de una docena de obras, entre las que destacan Gazapo, Obsesivos días circulares y La princesa del Palacio de Hierro, murió hace unos días, lo que provocó el exhorto de los medios nacionales a leer su obra, la cual se ha insertado –como bien han mencionado éstos– dentro de la llamada literatura de la Onda.
Hablamos por hablar y de la misma forma pareciera que escribimos por escribir. ¿A qué suena el término “literatura de la Onda” para cualquier individuo y sobre todo, para aquellos más alejados del hábito de la lectura o de su historia en México? Sé por experiencia propia que mencionar esta corriente literaria provoca, como mínimo, miradas de extrañeza entre los mismos estudiantes de Literatura. No es sorprendente, toda vez que la Onda apenas ha sido estudiada, quizás opacada por la Generación de Medio Siglo, compuesta por autores reconocidos como Carlos Fuentes, Rosario Castellanos, Sergio Galindo, Inés Arredondo…
Fue la década de 1960 la que vio nacer a la Onda. La responsable del término fue la autora y crítica Margo Glantz, quien señaló a los onderos de ser un grupo de adolescentes que había caído en el ocio de la retórica. En posteriores palabras de José Agustín, uno de aquellos “adolescentes”, Glantz habría dividido la literatura mexicana en dos categorías irreconciliables: la escritura (culta, artística, decente…) y la Onda, “lo grosero, vulgar, la inconciencia de lo que se hacía, lo fugaz y lo perecedero, jóvenes, drogas, sexo y rocanrol”.
Efectivamente, los escritores de la entonces bautizada Onda eran jóvenes que apenas habían pasado la adolescencia y que en el ámbito literario en realidad estaban deseosos de experimentar, de hablar de la juventud mexicana –algo de lo que hasta entonces no se había escrito– y de criticar el rígido sistema de valores de la clase media que le trazaba a sus hijos un camino de vida acorde con sus aspiraciones: movilidad y ascenso en la jerarquía social.
Naturalmente, a los llamados onderos no les agradó el término, toda vez que era obvio el sentido peyorativo de éste. Sin embargo, hubo uno que lo adoptó con entusiasmo: Parménides García Saldaña. El “Par”, como era conocido por sus amigos, era un hombre irreverente cuyas pasiones siempre fueron el rock y la literatura. Marcado por la brecha generacional entre él y sus padres, pronto se volvió un joven problema que causó controversia toda su vida; demasiado honesto en su actuar, demasiado alcohol, demasiado prendido, murió solo, en su cuarto, en 1983, a los 29 años.
Sin embargo, a Parménides le alcanzó el tiempo para dilucidar en su libro En la ruta de la Onda lo relativo no sólo a esta corriente literaria, sino también a lo que consideró un estilo de vida. Para el Par, los jóvenes de todos los tiempos son onderos, pues “la Onda son los excesos (…) Los excesos pueden estar en la diversión que incluye risas, lágrimas y amor, entre alcohol, morfina, heroína, mota, ácido; según los tiempos”. Y esta literatura lo refleja. La Onda escrita ha sido considerada una radiografía de la juventud sesentera, una radiografía divertida y desenfadada, pero a la vez, cruda. Pensemos por ejemplo en La princesa del Palacio de Hierro, de Gustavo Sainz: el lenguaje juvenil (marca distintiva de la literatura de la Onda) permite una narración fluida y risueña que recrea los avatares de una muchacha de clase alta que se desenvuelve entre sus excesos y los ajenos, entre sus romances y huidas, pero a la vez deja ver con algo que pareciera ingenuidad episodios de violencia sexual que aún hoy serían negados como tales, así como la violencia generada por la brecha generacional entre su madre (mujer criada a la antigua usanza) y ella, a quien incluso se llega a acusar de prostituta.
No es gratuita la mención a la brecha generacional presente en La princesa del Palacio de Hierro. Ésta inundará toda la literatura de la Onda. Recordemos que los sesenta fue una época trémula de constantes cuestionamientos a la autoridad. La Onda fue quizás el primer movimiento que representó la lucha por deslindarse de los padres, de los valores heredados de la Revolución y del conformismo y mojigatería de la clase media mexicana, tan en auge entonces. La Onda se revela contra la hipócrita actitud de los varones que tienen a su “noviecita santa”, pero desfogan las ganas en algún burdel y después, cuando sus ingresos son buenos y suficientes, llevan a esa misma “noviecita santa”, dócil y sumisa, de camino al altar para reproducir el modelo familiar conocido.
A partir de 1960, la influencia cultural estadounidense se volvió cada vez más presente en México. Como consecuencia, el rock se puso de moda, para consternación de los mayores y diversión de los jóvenes, quienes disfrutaban del nuevo ritmo, lleno de connotaciones sexuales demasiado escandalizadoras. El rock en los sesenta fue una forma de defensa frente al conservadurismo, la tradición y la moral represora de la época. Por tal, influyó en la literatura de la Onda, hasta el punto en que es frecuente encontrar referencias a las canciones de moda en aquel entonces dentro de estas obras.
Posiblemente, decir que Onda es rock ya podría ser un gran aliciente para acercarse a este estilo literario. Y es que la Onda es, por supuesto, rock, pero también excesos, vida y diatriba. Si bien es posible encontrar críticos que señalan que la Onda se restringe a una sola generación, cada vez que leo algo perteneciente a ésta me atrevo a negarlo. Es cierto que el lenguaje se ha transformado y que lo que en los sesenta era el habla coloquial de los jóvenes ahora nos suena anacrónico y hasta ridículo, pero incluso eso podría ser un valor añadido a su comicidad; sin embargo, leer unas páginas de una obra considerada perteneciente a esta corriente aún resulta sorprendentemente actual, vivo y capaz de provocar la identificación del público más joven –con sus obvias y naturales salvedades– y quizás, la alegre nostalgia del más grande.
Hoy Gustavo Sainz cumpliría 75 años. Y como a todo autor, el mejor homenaje es leerlo. De mi parte, solo me queda esperar que este pequeño esbozo del marco donde parte de su obra fue producida le resulte un aliciente para ello.
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