Gustavo Ávila Maldonado
El movimiento de 1968 trajo un serio cuestionamiento al partido hegemónico, los muralistas expresaban con sus pinceles la inconformidad social. A finales de los sesentas había tres muralistas que estaban en su apogeo: Siqueiros, Orozco, y Diego Rivera, que acababa de fallecer, a estos tres grandes se les agregó un pintor oaxaqueño: Rufino Tamayo. Pero ¿quien era este pintor?
Rufino del Carmen Arellanes Tamayo. Para no confundirnos lo dejamos en Rufino Tamayo, como se internacionalmente.
Tamayo nació en Oaxaca, el 26 de agosto de 1899, en lo que es ahora la «Posada don Mario, en la calle Cosijopi número 219, en el Centro Histórico. Tuvo una infancia difícil ya que sus padres, Ignacio Arellanes, de oficio zapatero y Florentina Tamayo, costurera, se separaron cuando Rufino apenas sumaba cinco años de edad. Vivió con su madre hasta su muerte, en 1911, y fue cuando su tía Amalia Tamayo se hizo cargo de él y se lo llevó a la Ciudad de México, donde le cambió la vida.
De esa época, su sobrina María Elena Bermúdez recuerda en su libro “Los Tamayo, un cuadro de familia”, que el pintor estuvo muy cerca del colorido de la fruta, pues cuando llegó a la capital del país, a los 11 o 12 años, tras la muerte de su madre, sus tíos tenían bodegas de fruta, “entonces a Tamayo le llamaba la atención ese colorido tan especial que tiene nuestra fruta y él fue plasmando en su obra todos esos colores”.
El joven Rufino inició su formación profesional y académica ingresando, cuando sólo tenía 16 años, en la Academia de Bellas Artes de San Carlos. Pero su temperamento rebelde y sus dificultades para aceptar la férrea disciplina que exigía aquella institución le impulsaron a abandonar enseguida aquellos estudios.
Su trayectoria es muy larga y brillante. Imposible de enlistarla en este espacio. Sólo para darnos una idea de su obra podríamos anotar que, a diferencia de pintores como Picasso o Miró, que podían hacer diez cuadros en una semana y cuyo inventario es de más de 70 mil obras, Tamayo pintó “poco”, alrededor de dos mil obras, ya que su pintura es compleja, elaborada y debido a su éxito se encuentra dispersa por todo el mundo, en los museos y colecciones más importantes.
Rufino Tamayo pintó más de mil 300 óleos, entre los que se encuentran los 20 retratos de su esposa Olga Flores; realizó 465 obras gráficas, como litografías y mixografías, 350 dibujos, 20 murales, así como un vitral.
Sus murales se encuentran lo mismo en el Palacio de Bellas Artes, el Museo Nacional de Antropología y el Conservatorio Nacional de Música en México, que en el Dallas Museum of Cine Arts, la Biblioteca de la Universidad de Puerto Rico y en la sede de la UNESCO, en París, mientras que su obra es expuesta en recintos tan emblemáticos como los museos de Arte Moderno de México y Nueva York, el Guggenheim y la Philips Collection, en Washington.
Por dar un único ejemplo de su obra, su mural Dualidad, realizado para el Museo Nacional de Antropología, está considerado como una de las grandes pinturas del siglo XX, “un cuadro que, al igual que el Guernica, tiene una significación muy profunda y que es posiblemente decodificable por todo el mundo”, destaca el curador Juan Carlos Pereda.
Además, recibió el Gran Premio de Pintura de la II Bienal de Sao Paulo, fue nombrado comendador de la República Italiana, Hijo Predilecto por el gobierno de Oaxaca y el rey Juan Carlos de España le entregó la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes, el Senado de la República hizo lo propio con la Medalla Belisario Domínguez y fue miembro honorario del Colegio Nacional, entre otras distinciones.
Curiosamente, en el Museo Tamayo Arte Contemporáneo no existe una sala permanente dedicada a sus óleos. En este sentido, su sobrina indicó que “son escasos, andan por diferentes partes del mundo en exposición; es difícil, la gente se pregunta porque no hay obra del maestro Tamayo, pero es escasa y lo poco que hay está moviéndose en todo el mundo”.
Sobre su trabajo, Tamayo expresó alguna vez “…en cierta forma toda mi obra habla de amor. Llegué a la conclusión de que el amor es la mejor razón para vivir… amor en un sentido universal… amor a la naturaleza, a los objetos, al trabajo mismo… contemplo la tierra y el espacio, observo, pinto y siento que va surgiendo en mí un gran amor”.
Rufino Tamayo murió longevo, a los 93 años, en 1991, y sin un declive en su propuesta pictórica, reconocido universalmente.
A los cuatro grandes pintores se les opuso Jose Luis Cuevas «Le enffant terrible», pero como decía Nana Goya: esa es otra historia.
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