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    Yadira Hidalgo González

    Mujeres que Saben Latín

     
    Hay un mito muy extendido que incluso ha tomado forma de refrán: mujeres juntas ni difuntas, o como escucho muchas veces decir en los talleres de género que suelo dar: no hay peor enemiga de una mujer que otra mujer. Nada más falso ni más cierto a la vez; sin embargo de tanto repetirse parece que esta frase se vuelve una verdad irrefutable y hasta una realidad de la que existen varios testimonios. No han faltado quienes han defendido este argumento desde lo biológico y lo natural, como si la enemistad entre mujeres nos corriera a todas por el ADN, haciendo a un lado todos los aprendizajes sociales que construyen nuestra estructura cultural, olvidándose que la principal maravilla de las y los seres humanos es que somos por encima de todo, seres sociales que aprendemos y desaprendemos a lo largo de nuestra vida.
    Hay un ejercicio que me gusta hacer en esos talleres, me gusta preguntarle a las participantes a quien recurren (o recurrieron) cuando algo importante o trascendental pasa en sus vidas, a quien le cuentan una confidencia, con quién se han atrevido a confesar sus penas y pecados, a quién le han pedido un favor muy grande y a quién le confiarían el cuidado de sus hijos. Invariablemente salen muchas mujeres en la historia de cada de una.
    Las mujeres tenemos una característica social que nos dispone a la fácil comunicación con otras mujeres: en la fila del banco, en la de las tortillas, al llegar a una reunión en la que no conocemos a nadie, no falta con quién hagamos click y terminemos hablando como si la conociéramos de siempre. Hasta somos capaces de intercambiar tips de crianza con nuestra ginecóloga, mientras nos realiza la revisión de rutina. Nuestra facilidad para tejer redes es inmensa y fuerte, tal vez por eso se ha hecho de todo (hasta propagar mitos disfrazados de verdades incuestionables) para desarmar esa cualidad en nosotras. Divide y vencerás, en resumidas cuentas.
    Sororidad es un término reciente para nombrar algo que ha estado ahí siempre, pero que es necesario recalcar. Acuñado por la antropóloga feminista Marcela Lagarde, la sororidad se refiere a la hermandad entre mujeres, aunque no a una hermandad natural ni de sangre. La sororidad es un pacto político, es decir, lleva intención. Se trata de la unión de mujeres para conseguir un objetivo en común, dejando a un lado creencias e ideologías, incluso simpatías y afectos.
    Un pacto sororal implica que quienes lo conforman harán lo que deban hacer para llegar juntas a la meta y conseguir aquello que les sea benéfico a todas las pactantes. Las reglas son más claras que las de la amistad común, pero eso no implica que en el proceso de llegar a la meta, no se consigan tejer las más entrañables amistades, incluso con mujeres que son completamente diferentes entre sí.
    La Sororidad funciona, pero no es natural. Ésta es una mala y buena noticia al mismo tiempo. Mala porque cuesta trabajo entender por qué y para qué es necesario ser sororales entre mujeres, puesto que no es algo que se traiga con una desde el nacimiento. La buena, es que es posible aprender a ser sororal con otras mujeres, una vez entendiendo la necesidad y derribando nuestras propias resistencias. La construcción de la sororidad es un proceso que necesita de compromiso y conciencia y de deconstruir los viejos mitos con los que nos han criado.
    ¿Cómo podemos comenzar a ser sororales entre nosotras? Respetando la vida y la forma de ser de las demás, evitando unirnos a la crítica mordaz y despiadada contra otra mujer, reconociendo nuestras cualidades y apoyándonos mutuamente para superar errores y vadear obstáculos. Tejiendo redes de trabajo y uniendo nuestros talentos, para construir equipos eficientes. Éstas pueden ser algunas formas de comenzar, se dice más fácil de lo que en realidad implican estas acciones, pero vale la pena intentarlo. Y si bien la Sororidad no es la respuesta total, sí se trata de un enorme ejercicio de respeto mutuo.

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