Harmida Rubio Gutiérrez
Mujeres que Saben Latín
¿Tiene que ver el género con la forma en la que percibimos y experimentamos la ciudad? ¿Los edificios y calles están diseñados con la visión de los dos géneros? ¿La ciudad es igual de accesible en tiempo y espacio para hombres y para mujeres?
Hombres y mujeres nos desenvolvemos en la ciudad de maneras distintas, podemos estar en el mismo lugar pero lo habitamos de manera diferente. Nos movemos por los lugares de forma diferente, nos atraen cosas diversas, preferimos ciertas características de los edificios o los espacios públicos. Sin embargo, estas diferencias de percepción o de habitabiliadad entre hombres y mujeres, no necesariamente son antagónicas. No quiere decir que nos guste lo contrario que les gusta a los hombres, simplemente preferimos y necesitamos algo diferente. Es por esto que para determinar la calidad y la forma de los lugares de la ciudad que sean más placenteros y seguros para las mujeres, no debemos simplemente definir esto por oposición con los espacios masculinos, porque esa no sería la respuesta. Más bien la cuestión está en reflexionar sobre la diferencia y trabajar con ella y desde ella. Para esto es preciso reconocer cómo son nuestras ciudades y cómo están diseñadas.
Varias investigadoras de la ciudad y el género, dicen que las ciudades modernas se han transformado para complacer a un ciudadano modelo que cumple con cuatro características: Adulto, trabajador, burgués y varón. Estas características las cumplen quienes hoy siguen teniendo mayoritariamente el poder de decisión en las ciudades. Así, el resto de habitantes que no cumplen con esos requisitos (mujeres, niñas y niños, personas mayores, con capacidades diferentes o en desempleo), deben adaptarse a los ritmos, los flujos, la estética y los mensajes de una ciudad que les es ajena y violenta muchas veces.
El psicólogo Francesco Tonucci dice que no es casual que nuestras grandes metrópolis estén diseñadas a partir del automóvil; ya que el auto es el juguete preferido de este ciudadano modelo que es el hombre económicamente activo. Sin embargo, nos hemos acostumbrado a ver este hecho como algo normal y común: en la ciudad hay coches y no hay más que hablar. Se padece el tráfico, el hacinamiento, la falta de árboles y de contacto con el agua, la falta de tiempo… pero hemos asimilado estas señales de patología urbana como un mal necesario, como un estado cotidiano sin remedio. Los ritmos de la prisa y el estrés son pruebas de ello. Pero no tiene por qué ser así, esta situación puede cambiar, buscando el beneficio y el derecho a la ciudad de la comunidad en general.
Esta situación se da también hablando de la arquitectura como documento de la memoria e identidad colectiva. Muchas veces las mujeres y una gran parte de la ciudadanía no nos sentimos identificadas con partes de la ciudad en las que no nos vemos reflejadas: “La arquitectura es el testigo insobornable de la historia…» dijo Octavio Paz. La idea de esta frase, ha sido cuestionada ya por algunas críticas y teóricas de la arquitectura y la ciudad. María Ángeles Durán, socióloga en España, Johanna Lozoya, arquitecta e historiadora en México y Denise Scott Brown arquitecta y activista en Estados Unidos, se preguntan quién escribe la historia de las ciudades con arquitectura. Plantean que los discursos arquitectónicos que prevalecen o que se difunden como verdaderos, son los creados por una élite dominante, con ideologías e intenciones claras en su momento histórico. Pero la arquitectura como documento, esa emblemática que sale en las postales de las ciudades o en los libros de historia, esos grandes edificios ostentosos y altos de formas sofisticadas, no representan a toda la ciudadanía. “La historia que cuentan abunda en hechos notables y en hombres en los que poco se reconoce la gente de a pie (…) La mayoría de las memorias ofrecen a las mujeres y a la gente común sólo una identidad vicaria. Han de reconocerse en la memoria de otros, en la narración ajena” (2000, pag. 65) dice María Ángeles Durán. Así que ante el paso del tiempo, la arquitectura como documento histórico depende de quién narra la historia, ésta pone en la escena a unos sujetos e ignora a otros.
Por otro lado, para las mujeres, el uso y disfrute de la ciudad está condicionado a espacios y a tiempos determinados.
Hay ciertos lugares que están vetados para las mujeres, o que si bien las aceptan, instantáneamente éstas quedan señaladas de “dudosa moral” o de “estar al servicio de” al internarse en ellos. Si una mujer se para en una esquina por largo tiempo, se piensa frecuentemente que se dedica al trabajo sexual, y esto la pone generalmente en riesgo. Cosa que no sucede si un hombre se queda también por un rato en una esquina. Además está el tema del acoso callejero ¿Cuántas veces no hemos deseado una ciudad en la cual podamos caminar libremente sin que alguien nos moleste, nos siga, o nos agreda sólo por el hecho de ser mujeres?
Pero existe algo más, el uso de la ciudad para las mujeres, en nuestras ciudades mexicanas, depende de una cuestión temporal. La ciudad nocturna aún no ha sido plenamente disfrutada por las mujeres. A nosotras se nos asigna la ciudad de día, la del mercado, la casa, tal vez la del trabajo, la escuela, los centros comerciales, el cine, el teatro, el parque, algunos bares, pero no mucho más. La ciudad de la aventura, la de la incertidumbre, la de la oscuridad, la clandestina, la de los excesos, la de la bohemia, aún sigue siendo territorio principalmente masculino. O en todo caso, esta ciudad nocturna es usada por aquellas que no aceptan que al disfrute de la ciudad se le asignen horarios, sin embargo, han de adaptarse a esos espacios que funcionan y fluyen a ritmos masculinos principalmente.
Nuestro derecho a la ciudad entera no se reconoce. Muchas veces hemos oído la frase “ella se lo buscó” cuando a una mujer le ocurre algo al estar en un lugar “que no le corresponde” a altas horas de la noche.
La pregunta es: siendo la ciudad el ámbito público y comunitario por excelencia, ¿no debería de ser igual de accesible y disfrutable para hombres que para mujeres?
Las mujeres tenemos el derecho a vivir la ciudad de manera libre y segura. Pero para que esto se vuelva una realidad cotidiana, aún falta mucho por hacer. Hace falta una visión crítica al respecto dentro de los organismos que toman las decisiones al intervenir en nuestras ciudades; hace falta que la que la voz de las mujeres sea escuchada y tomada en cuenta en los procesos de participación ciudadana, y son necesarios proyectos urbanos y arquitectónicos que sean incluyentes y que quienes los realicen, sepan observar la ciudad también con ojos de mujer. Hace falta reflexionar, trabajar y crear para hacer posible que existan ciudades en las que las mujeres podamos estar, vivir y disfrutar en todo momento y en todo lugar.
Durán, M. A. (2000). Ciudades Proyectadas. En M. L. Penelas, La ciutat de les dames (págs. 63-79). Barcelona, España: Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona.
Rubio H. (2009) Percibir la ciudad con otros ojos. Ciudad y género En Sororidad. Instituto Veracruzano de las Mujeres.
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