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    Edificio PRI
    Claudia Constantino

    Crónicas Urgentes

    El edificio del comité directivo estatal del PRI luce muy tranquilo este medio día. No hay grupos de personas reunidas ni dentro, ni fuera de las instalaciones. Apenas un promotor aburrido entrega en un stand a la entrada, uno que otro volante que anuncia “clases de inglés a precios accesibles”. Pregunto por el Secretario de Organización, Marlon Ramírez Marín y me informa su secretaria que no se encuentra. Subo a preguntar por el Presidente Alfredo Ferrari Saavedra, tampoco hay suerte.
    Dirijo mis desventurados pasos a la oficina de prensa y su titular tampoco estaba en su centro de operaciones; un joven colaborador suyo, con toda la amabilidad posible me toma los datos y anota las preguntas que quiero hacerle a estos priistas distinguidos, incluida Corintia Cruz Obregón, la secretaria general de este órgano político.
    Me despido, entre promesas de próximas citas, agendadas, y, minutos más tarde, recibo la llamada de la secretaria de Marlon ¿Anda usted todavía por aquí? Me pregunta la voz en la línea. No, pero me acerco, no se preocupe. Estoy ahí en 10 minutos. Llego como en 12, y me cruzo en la puerta con el secretario que sale de su oficina a toda prisa. Al ver que no se detiene, lo alcanzo a medio pasillo y le lanzo ¿Regresa? Sí, voy a una reunión y vuelvo.
    Me apoltrono en una silla de la sala de espera de la secretaría de organización y pocos minutos más tarde, un colaborador me llama a la sala contigua. “Dice el Licenciado Marlon que lo disculpe pero que va a tardar. Nosotros le llamamos en cuanto haya una nueva oportunidad de recibirla”. Nunca vuelven a llamar.
    Es Veracruz puerto, es 1985 y mi jefe de información es Alfonso Valencia Ríos, premio nacional de periodismo y reportero de varias décadas en El Dictamen. Cada noche, después de entregar mis cuatro notas, de al menos dos cuartillas y media a doble espacio y angosto margen, paso con su secretaria a recoger mi orden de trabajo del día siguiente. Para llegar a este punto, ya cubrí un año y dos meses las fuentes policiacas bajo las instrucciones de José Pérez de León.
    Las órdenes de trabajo de la sección de información general, tomaban en cuenta las fechas importantes; los acontecimientos relevantes nacionales e internacionales; las visitas de personajes distinguidos, y muchos otros tópicos del “ojo periodístico”, el estilo y la línea editorial del periódico para el que trabajábamos. Las buenas noticias no se las devoraba la inmediatez, y la redacción era más cuidada o al menos muy profesional. De las primeras sorpresas que llevé fue que a una reportera tan joven y desconocida le abrieran la puerta, la invitaran a pasar, respondieran sus preguntas, y hasta se despidieran quedando a sus órdenes.
    Las fuentes de información eran vastas, variadas y luego de un tiempo, se dominaban, porque pasábamos buen rato entre ellas. También se dominaban ciertos temas; había especialización, pues. Pero eso era entonces. Hoy, no importa las ganas de perseguir una exclusiva, de realizar un buen reportaje o de hacer interesante crónica, porque las posibles fuentes sólo pueden ser los “cuates” que uno va haciendo entre los actores informativos y aún ellos, llegado el momento, nos pedirán “discreción” o dirán las cosas “off the record” y nos aplicarán el clásico “al careo me rajo” o “esta conversación no pasó” y “yo nunca dije que …”.
    El acceso a la información hoy es supuestamente un derecho. Hay un organismo encargado de garantizarla (el IVAI). Si se trata del gobierno a todos sus niveles; se supondría que podemos enterarnos de todo cuanto necesitásemos. Pero en la práctica, no es así. Por eso el periodismo de hoy debe lucirse con las entrevistas de banqueta, donde más de cinco medios “pescan” la misma nota. Una vez que esta entra en la web, no queda nada para nadie.
    “Hay nuevas formas de hacer periodismo”. “Nuevos modos de ganar un prestigio se están gestando en el cada vez más intrincado mundo de la comunicación”. “Los chavos ya traen otra película de las noticias y las denuncias”. Estas frases las repaso, las repito, trato de desentrañarlas, de darles un significado para mí, de apropiármelas y para ello, debo romper con mucho de lo que me enseñaron y tanto me empeñé en aprender.
    Veo más “fuentes de desinformación”, información incompleta, superficial, vacua y que poco aporta. No veo a las nuevas generaciones de periodistas logrando apertura informativa y un mejor trato por parte de los actores políticos que nutren la noticia, hacia los comunicadores. Me cuestiono si no veo bien, si la obsoleta soy yo, si me quedé atrapada en medio de las románticas redacciones y la virulenta web; en un limbo informativo, porque como no soy replica-boletines, no tengo los celulares de todos los que “generan información”.
    Al final de estas divagaciones, recuerdo que en el PRI, la semana pasada que me acerqué en busca de información, no había nadie. Mi experiencia es que si no quieres tomar la información de sus boletines o de sus “voceros”; si quieres saber algo más, hay que estar de mucha suerte y toparse a los priistas en algún café, restaurante o sitio público; abordarles y ver de qué humor andan para responderte. Ahora me entero de los muchos y duros conflictos que enfrentan, y entiendo porqué no estaban para nadie y menos para tolerar a un observador ajeno, que, además, hace preguntas y tiene el mal afamado mote de “periodista”.

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