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    Grappa DelCastillo Benítez Deantes Manzur

    Pedro Manterola Sainz

    Hoja de Ruta
    Parecían tiempos perdidos aquellos que establecieron la costumbre de la sumisión humillante como sinónimo de alumbramiento, respeto y disciplina. Se tenían ya por inútiles esos medios enterrados debajo de toneladas de papel impreso en loas, adulaciones y lisonjas enmascaradas como nota y observación al poderoso, al mandamás, al encumbrado que veía en ocho columnas la mentira que pretendía contagiar como verdad.
    Ordenar, advertir, prohibir, destapar y castigar eran una forma de sentir, una manera de pensar, instrumentos para regir y gobernar. Coronar, venerar, secundar y obedecer era la única salida, la principal respuesta, la escalera preferente para arribar al olimpo de palacio.
    La alabanza y el vituperio según el interés del proveedor de los favores recibidos eran las herramientas de casi todo reportero y columnista. Y en el “casi” caben los que aún destilan sapiencia en sus columnas. Otros siguen visibles y acostumbrados a rellenar sus plumas con almíbar. De ambas ramas se desprenden nuevos frutos, dedicados unos a la información, la argumentación y la razón, y otros diligentes en el sofisma, la diatriba y el aplauso por consigna.
    La injuria y el servilismo pagaban entonces tantos más tantos réditos a sus protagonistas y ejecutores, hoy patéticos coristas que se arriman con cinismo y desparpajo a figuras y precandidatos con el nombre, la nobleza y el respeto que ellos han sido incapaces de entender y cultivar, porque su naturaleza es justamente la contraria.

    Aquellos días idos son el columpio en el que se mecen 11 años de confusión, caos y ofuscaciones en la vida pública de Veracruz. Los jóvenes ensalzados, arropados y prohijados como dueños del futuro, devolvieron a la política lo peor de su pasado. Entre tantas tinieblas, cuando apenas se vislumbra la salida, un colérico, vigilado y caprichoso manotazo sobre la mesa vuelve a convertir el futuro en pesadilla.
    Se aplaude la argucia como habilidad política, se toma la mentira por astucia, se tiene al servilismo unánime por control legislativo. No son pocos los agravios, no son menores las heridas, no serán impunes las mentiras, los excesos, los recursos batidos y arrasados en una licuadora que tiene como vaso un barril sin fondo. De ese tamaño es el agujero.
    De Veracruz es la deuda y nunca fue suyo el capital, de aquí es el incalculable debe, y en otros lados se exhibe el haber, a todos nos agravia la insolvencia, gracias a que ellos llevaron al absurdo la opulencia. Y se miran tan tranquilos, tan dueños de sí, tan amos de todo, tan estadistas de la nada, tan heraldos de la patria, tan ajenos a la tragedia de la que son causantes, ejecutores y protagonistas, y aun así tienen la impudicia de pretender erigirse en redentores.
    No alcanza el pavimento para tanto boquete en las carreteras asfaltadas, y la falaz reconstrucción la verifican sufridos e indignados conductores y choferes; no hay caminos concluidos, y sobran kilómetros cobrados; no se ven los puentes terminados, y se desbordan los ríos consumados; en los hospitales se restan medicinas, y se duplican los mercaderes de medicamentos; no hay escuelas, y pululan profesores; no existe sector agropecuario y vegetan los agricultores; no alcanzan pensiones, trabajadores, desempleados ni salarios. No hay facinerosos, y nos faltan y sobran todos nuestros muertos. Esto no es deuda, es naufragio.
    Además de decirnos cuánto debe Veracruz, dinos dónde está tanto recurso que aquí no se tuvo ni se sabe dónde está. O se sabe, pero no se dice. O se dice, pero no se acusa. O se acusa, pero no se quiere proceder. O se procede, pero no se actúa. O se actúa, y se sigue actuando, y todo se vuelve una parodia que de no ser tan sombría sería una comedia.
    Ayer, hoy y mañana son días desaparecidos en las fauces de un ogro insaciable, jactancioso, frívolo y pendenciero. Y todavía exigen respeto y demandan obediencia. Malsanos y arrogantes, creen que el mundo está a sus pies, que su mandato es divino y eterno, que están ahí porque hubo un dios que lo dispuso, y no hay mortal que pueda refutarlo. Y pretenden calcar el guión del que fueron intérpretes, y ahora no deberían ser ni comparsas.
    Antes ese tipo de embusteros daban miedo, imbuían temor por medio de chantajes, amenazas y promesas que eran advertencias. Sus principios fueron la desconfianza, el recelo, la obsecuencia, y permitir la indiferencia como única forma de manifestar la disidencia.
    Ya no chinguen. Que se acabe la humillante etapa de un Veracruz postrado, agónico y decadente. Que paguen los culpables. Que se renueve sin reciclarse una clase política que le debe la vida a un estado al que no han saqueado sin servirle. Ingratos, infieles, cínicos, pervirtieron todo, incluso las palabras. Enfrentaron, dividieron, destrozaron. Mintieron. Mienten. No más. Nunca los mismos. Qué se sepa cuánto es lo perdido y dónde está, con quién y quiénes, además de cómo y cuándo se confiesa lo extraviado.
    El futuro no tiene nombre propio. El proyecto debería ser Veracruz. Su desarrollo, su paz, su progreso, su desinfección, su purga, su renovación. Su impulso. Su renacimiento. En tiempos de apariciones, promociones, discursos, propagandas, famas, aureolas y endiosamientos, escudriñemos reputaciones, ideas, aliados, decencias, prestigios, categorías, sinceridades y conceptos. Congruencia y coherencia. No se construye el futuro con lo peor del pasado. Así no, no otra vez, nunca más.

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