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    Tlacotalpan
    Claudia Constantino

    Crónicas urgentes
    Como es normal en un estado donde no hay dinero para lo esencial, el pago de nóminas y proveedores, tampoco estamos para fiestas. Así, la tradicional Candelaria, en su edición 2016, ha sido en toda forma una festividad local. El Secretario de Turismo, Don Harry Grappa, del que ya no recodamos ni cómo es, físicamente, a no ser por su ausencia y negativas para todo, tampoco consiguió que la afluencia de turismo a Tlacotalpan, pesar de toda su belleza, llegara a aceptable.
    El presidente municipal de Tlaco, como lo llaman los artistas, se tuvo que conformar con el apoyo del IVEC, que consistió en que le armaran un programa con sus artistas de catálogo y la convocatoria a músicos y amantes de la fiesta, que siempre llegan con recursos propios y sólo por amor al arte.
    Lamentable, la falta de dinero impide llevar a cabo una promoción digna y oportuna a nivel nacional y, por qué no, internacional, que atrajera una derrama económica importante. Claro que su oferta hotelera es precaria y los municipios vecinos no lo aventajan en esto. A pesar de ser tan tradicional, la Fiesta de la Candelaria no pasa de ser fiesta de pueblo.
    Seguro que tiene su encanto; si usted tiene la suficiente paciencia para hacer una gran cola, que presupone varias horas de espera, ya que el acceso es angosto y complicado, al llegar se va a encontrar con un pueblo que parece salido de un buen almanaque. Las calles se abren mostrando sus caseríos multicolores- En una casa sí y otra también, encontrará venta de comida tradicional, dulces endémicos y bebidas de todo tipo, preparadas con la vasta imaginación de los lugareños: popo, toritos de todos sabores y un largo etcétera.
    Uno disfruta viendo ir y venir a las mujeres ataviadas con los trajes típicos, que ya casi no usan de diario las nuevas generaciones, pero sí las señoras que rebasan los cincuenta. Es sólo que hoy están de fiesta, así que el vestido se uniforma y entonces sacan los camafeos de las abuelas, las peinetas de carey que coronan delicadas mantillas o trenzas negro azabache. Los corsés resaltan las breves cinturas de las muchachas, los zapatos suenan fuerte a cada paso, porque están provistos de clavos o tachones que remarcan el zapatear.
    Los hombres, en su mayoría, van de blanco, con sus paliacates enrollados en el cuello albeante de la guayabera. Leonas, requintos, mosquitos y jaranas de todos los timbres convergen aquí para tocar los mejores sones jarochos: tradicionales, recién compuestos, fusiones y todo lo que dé la creatividad de este pueblo que, a pesar de los embates de la crisis económica, resiste en su empeño por mostrar con orgullo todo lo que en Tlaco puede uno saborear.
    Tlacotalpan es un sitio de exaltación de los sentidos; pasado el trago amargo de constatar todo lo que les hace falta para hacerlo más atractivo, es imposible no disfrutar lo que sí hay: su gente cálida que te recibe hasta en su casa a este son: “aquí de la puerta para adentro todo es cama”; su comida deliciosa; sus fandangos que atraviesan la noche de luna; su baile que no cesa; sus versos que cantan la vida; su tradición y su orgullo.
    La fiesta de la Candelaria 2016 no contó con apoyo estatal, a excepción de lo que les pudo conseguir Rodolfo Mendoza Rosendo, Director del Instituto Veracruzano de Cultura, pero este pueblo merece más, mucho más. Deseamos que vengan tiempos mejores, porque con todo este talento, esta belleza y este espíritu, es justo que los conozca todo el mundo.
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