Gustavo Avila Maldonado
Ruizcortinadas
La semana pasada escribí sobre los compositores, esos seres especiales a los que se les aparecen las musas y nos regalan con sus composiciones. Mario Molina Montes nació el 16 de octubre de 1921 en Alvarado, Veracruz. En su adolescencia llego a la Ciudad de México como novillero, y no lo hacía mal, hasta que una cornada estuvo a cerca de arrebatarle la vida y decidió abandonar los ruedos y dedicarse a otra cosa.
Al quedarse sin trabajo y con su escasa preparación, pues sólo había estudiado hasta el sexto de primaria, logró colocarse como reportero en una revista de espectáculos, pues tenía facilidad para escribir y expresarse. Esa era la época de oro del cine mexicano, así que Mario Molina, el «Maestrito de los ojos verdes» como le decían sus amigos, frecuentaba los pasillos de la XEW y las cafeterías cercanas para entrevistar a los artistas más renombrados de aquella época, ahí se relacionó e hizo buenos amigos como José Alfredo Jiménez, Agustín Lara, Gabriel Ruíz, Luis Arcaraz, entre otros, a ellos les vendía letras de canciones por veinte o treinta pesos, muchas de ellas se convirtieron en éxitos como » El dinero no es la vida», «Viajera», » Por vivir en quinto patio» que alcanzó tanto éxito que hicieron una película con el mismo nombre.
Me cuenta mi amigo Gastón Gutiérrez-Laisequilla que en sus inicios «El Maestrito » pasó una época difícil antes de alcanzar la fama. Mario Molina solo vivía de el poco dinero que le daban por sus canciones. Él Maestrito vivía en un cuartucho en la azotea de un viejo edificio y comía tacos banqueteros.
En una ocasión vino Manolete a torear a México y se dio a la tarea de buscar al Maestrito para conocerlo y agradecerle la canción que le había compuesto. Cuando lo encontró lo invitó a comer a su suite en el Hotel Reforma, en donde se hospedaba, les subieron los mejores platillos y abundantes bebidas, cognac, wisky y manzanilla que era la favorita del torero, antes de despedirse, Manolete le ofreció un dinero en muestra de agradecimiento, Mario se negó a aceptarlo, pues dijo que con la comida y la bebida se daba por pagado, y que además él era su ídolo, pero el torero insistió y le metió unos billetes en su viejo abrigo.
Cuando Mario salió del elevador a la recepción, saco los billetes para ver cuánto le había dado, y cuál no sería su sorpresa de que eran más de dos mil pesos, se aquellos de los años cuarenta.
El Maestrito se cambio a un departamento decoroso, se compro un Vocho y varios trajes, y durante un buen tiempo comió en buenos restaurantes.
Un lema que tenía el Maestrito era: «Gran parte del arte de la amistad es querer a los amigos a pesar de conocerlos»
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