Pablo Jair Ortega
Columna Sin Nombre
El escenario para el PRI en Veracruz durante los próximos años no pinta para nada bien, si no mete alguien orden o los líderes de grupos no acuerdan.
Lo que sí hay, en abundancia, es un reparto de culpas y pocas aceptaciones de la misma.
Dicen que la debacle del PRI en las recientes elecciones se debe a un escenario nacional, donde las reformas estructurales no cayeron para nada bien en Veracruz, especialmente la educativa y la energética, pues los primeros afectados fueron los principales gremios (maestros y petroleros) que a su vez son los sectores de apoyo más fuertes del tricolor veracruzano.
En este caso, la culpa, dicen, es del presidente Enrique Peña Nieto, pues el voto de castigo se fue gestando a raíz de dichas reformas. De hecho, nadie debe perder de vista que el PRI perdió la mayoría de las gubernaturas que estaban en juego.
Pero como el priismo es muy institucional, dicen que el culpable es el presidente nacional del partido: Manlio Fabio Beltrones, a quien le atribuyen otras facultades como la de ser un buen operador parlamentario, pero no electoral.
A nivel aldea, a quien le achacan los males es al gobernador Javier Duarte de Ochoa y a su administración. Que los constantes señalamientos conocidos por todos, más las malas decisiones como el de mandar a la policía a desalojar con la fuerza pública a pensionados, entre otros errores, causaron que el hartazgo se acrecentara y ese antipriismo natural floreciera.
Otro que sale a declarar en el mismo sentido (y de manera muy oportunista) es el senador Pepe Yunes, pero es de todos conocido que el legislador tampoco mostró un apoyo fuerte a la campaña de su colega y supuesto aliado; en pocos actos se presentó y al menos en apariencia se mantuvo al margen de la elección en todo momento. A lo anterior también se suma que no se vieron los diputados federales priistas.
Su distrito, por ejemplo, que se supone es bastión priista, tuvo un gran avance del panismo y del perredismo.
En el caso de Pepe Yunes y su gente, éstos nunca entendieron que si no había gubernatura de dos años para el PRI, difícilmente habrá una de seis. Que esta elección era la antesala para preparar al oriundo de Perote para asumirse como el candidato del PRI con toda la estructura intacta y lista, pero hoy esa posibilidad ya se ve remota.
Desde un inicio era sabido que existía a nivel de bases una rivalidad tremenda entre la gente de Pepe y la de Héctor, al grado de que los “pepistas” no querían operar de lleno con los “hectoristas”. Esta repelencia incluso generó que algunos actores desdeñaran la gubernatura de dos años y se pusieran mejor a “operar” para la de 6 años que supuestamente sería para el peroteño. La gubernatura de dos años no se les hacía atractiva y por lo tanto dejaron solos a los “hectoristas”; a lo anterior habrá qué preguntarse si ahora los que se la jugaron con Héctor se la jugarán con Pepe Yunes en la misma reciprocidad mostrada.
No obstante, Pepe Yunes parece ser el único personaje que queda para “rescatar” al PRI, aunque deberá de sumar también otros actores políticos que realmente garanticen operación política, unidad y orden en un partido que queda dolido y resquebrajado.
En lo personal, creo que también en esta elección ahora sí las redes sociales jugaron un papel determinante en la elección, especialmente por los datos recientes de la Asociación Mexicana de Internet, donde habla que ya más de la mitad del país está conectado a internet y Facebook es la red social más popular (aunque no la más verídica, pero sí con más estridencia para compartir información).
A lo anterior habrá que decir que quien llegue a tomar las riendas del nuevo liderazgo priista en la entidad (algo inédito, impensable hace algunos años para los simpatizantes del tricolor, acostumbrados a la supremacía), deberá ser una generación que ya debe estar lejos de lo obsoleto: gente que, por ejemplo, no entiende de redes sociales o piensa que una fotografía de un niño dulcero no va a trascender porque es una “vacilada”.
Pero tampoco las nuevas generaciones (salvo algunas excepciones) tienen mucho qué aportar. La prueba está en que a quienes se les ha dado la oportunidad de competir en cargos de elección popular, han sufrido una debacle por su falta de experiencia y maña. Que la cercanía con el poder no es garantía de un liderazgo o una simpatía popular: esa se la tienen que ganar a pulso.
El escenario se antoja a largo plazo, especialmente –reiteramos– porque para el PRI es nuevo esto de no tener un gobernador priista; es impensable, inimaginable no tener al “primer priista del estado”, y quizás esto de pie a que el partido y los grupos tarden en sanar sus heridas como ocurrió en el periodo de 12 años del PAN en la Presidencia, tiempo suficiente para medio recomponer al partido.
En el caso de Veracruz, a lo mejor en 8 años veríamos de nuevo al tricolor en Palacio de Gobierno, porque PAN y MORENA vienen fuertes y con todo para el 2018.
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